Adiós a Hugo Gatti, el hombre que alegró el fútbol desde el arco


El Loco. En una visita a la redacción de Clarín. Crack, pícaro, hábil declarante, habilidoso 
para explotar su imagen adelantándose a la época de jugadores mediáticos. Nos va a faltar.

Murió El Loco. Tenía 80 años. Reinventó el puesto más ingrato e hizo escuela con su estilo particular. Figura indiscutible y personaje celebrado por todas las tribunas.

21 Apr 2025 - Deportivo
Daniel Lagares - dlagares@clarin.com

Se había ido el Maestro (hace ya varios años, durante la pandemia). Y ahora se fue el Discípulo. Hugo Orlando Gatti siguió los pasos de Amadeo Carrizo. Murió este domingo 20 de abril a los 80 años tras pasar internado los últimos dos meses en el hospital Pirovano por un accidente doméstico que luego devino en una neumonía bilateral y en un cuadro irreversible. Otra pena infinita, otro gol en contraque no pudo evitarse y que le duele a todo aquel que ame una pelota de fútbol. Pena enorme. Irreparable. “Osvaldo, qué problema va atener ahora… ¿cómo hace para sacarme del equipo después de este partidazo?”, le contó el propio Gatti al periodista Osvaldo Pepe en su biografía, “Yo el único”.

El 5 de agosto de 1962, Zubeldía lo había hecho debutar en el 2-0 de Atlanta a Gimnasia, en el Bosque. Hugo estaba por cumplir 18 años y mostró credenciales en el primer centro que bajó. “Con una mano, la traje al pecho, la besé y sa qué”, relató. Con una mano, como Amadeo, como Néstor Errea.

La estadística puede contar la vida de Gatti, pero los números son apenas documentos. Hay historias, vivencias, anécdotas, detalles, jugadas, goles impedidos, goles sufridos que lo retratan mejor. Fue “un gaucho” de Carlos Tejedor que aterrizó en Atlanta en 1962. Eran tiempos de esplendor del club de Villa Crespo, una fábrica de futbolistas y de equipos que tenían a maltraer a los “grandes”.

Dos años después pasó a River hasta el 68 cuando se fue a Gimnasia. En el 75 se instaló en Unión y desde el 76 hasta el retiro forzado en 1988, en Boca. Intocable para los hinchas de esos equipos, aun para los de River, donde tuvo que convivir con la idolatría sin límites que la gente sentía por Amadeo. Tres títulos locales y tres internacionales con Boca (el Metro y Nacional 76, el Metro 81 cuando llegó Maradona, junto a las dos primeras Copas Libertadores xeneizes en 1977 y 1978, y la Intercontinental ante el Borussia). Junto a Ubaldo Fillol, tienen el récord en atajar penales: 26. Y listo.

Luis Artime y Carlos Timoteo Griguol fueron sus tutores en el Atlanta de los claveles. Los dos lo cuidaron, lo protegieron, lo guiaron como hermanos mayores. Cuenta la leyenda que cuando Gatti llegó de Tejedor, el presidente León Kolbowski lo llevó a la pensión de la calle Heredia donde el club alojaba a los chicos que traía del interior. Griguol, Artime y Roberto Salomone eran algunos de ellos. Cuenta la leyenda que, gaucho al fin, hombre de campo, Hugo desconocía cómo se usaban los sanitarios y hubo que enseñarle para qué servía el bidet y que no se orinaba en la rejilla del piso sino en el inodoro.

El Loco fue titular cuando vendieron a Errea a Boca. “Yo, inconscientemente, asimilé cosas de los grandes como Amadeo, Errea o Yashin, que fueron los que me impactaron. Néstor fue un adelantado, el arquero más fino que vi en mi vida”, declaró. Si en Atlanta aprendió de Errea, en River, donde llegó en 1964, hizo el posgrado con Amadeo con quien, además, tuvo la osadía juvenil de competirle el puesto.

Tuvo una larga y estrecha relación con Juan Carlos Lorenzo. El Toto, más adelante, lo sacó de Gimnasia para llevarlo a Unión y después a Boca. También lo incluyó como tercer arquero en la Selección Argentina en el Mundial de Inglaterra, donde compartió plantel con José Omar Pastoriza. Vueltas de la vida, el Pato lo retiró en Boca después de “comerse” un gol ante Deportivo Armenio. Lo reemplazó Navarro Montoya.

Se comía goles Hugo, sí. Como Amadeo, como Errea. ¿Y? Medio siglo antes a lo que quieren Guardiola, Klopp, Arteta y otros entrenadores de sus arqueros, ellos lo hacían acá. Lo inventó Amadeo, lo siguieron Errea y Hugo. Se comían goles y evitaban muchos. Y ayudaban a hacerlos. Por el manejo de los espacios y las distancias, por anticipar al adversario, por la salida rápida y precisa con los pies.

De los “goles de biógrafo” a los “goles de campeonato”. ¿Cómo olvidar aquel corte de Hugo en la Bombonera ante Estudiantes en el 81, su carrera hasta la mitad de cancha y el pase a Hugo Perotti para que el Mono encarara y se fuera a hacer el gol definitivo de un partido clave por el título que Boca peleaba con Ferro? La avalancha del festejo de ese gol en la tribuna del Riachuelo fue impresionante.

El primer penal se lo atajó a San Lorenzo. El más recordado, al brasileño Vanderley en el Centenario, que significó la primera Copa Libertadores para la historia de Boca, el que conducía el Toto Lorenzo. Y de tantos, hay uno especial por las circunstancias. Fue en el 75 en Vélez. Unión había “vendido” la localía a River para tener una recaudación mayor. El Amalfitani reventaba de gente y el paso del River de Labruna hacia el primer título en 18 años tuvo un freno ante el Unión del Toto, donde atajaba Gatti y que ganó 2-0 (goles de Mastrángelo y Luque). Gatti le paró un penal al Beto Alonso. No era poco.

Por lo que se jugaba y porque era el Beto.

Llamaba la atención Hugo, no solo por su forma de jugar. En los 60 era el Beatle y se vestía de forma estrafalaria cuando la sobriedad era el sello de los arqueros. Se lo ha visto con tela escocesa, remera, pantalón y medias. Un loco. Tenía otras excentricidades. Había sellado las puertas de su 404 y salía por el techo. Aquel Peugeot sacudía el mercado con el techo corredizo y Gatti le encontraba la vuelta a cualquier cosa para llamar la atención. Un adelantado, como su ídolo Muhammad Ali. Su hijo Lucas lleva Cassius de segundo nombre. Una osadía.

El romance con Boca empezó con la escoba que alguna vez le tiraron en la Bombonera, en un Superclásico. Hugo se puso a barrer el área y se metió a todos en el bolsillo. Con el tiempo, la 12 no le perdonó que hiciera campaña por Raúl Alfonsín.

Fue primer actor de la grieta del arco. Él, en su estilo del arquero-jugador; el inmenso Ubaldo Fillol, en el de los arqueros-atajadores.

Fue el “Oso de Kiev” en aquel mítico amistoso bajo la nieve ante la URSS que se ganó 1-0 con gol de Mario Kempes en el 76. Pantalón largo, gorro de lana y una petaca al lado del poste para combatir el frío. Fue titular en la serie internacional del año siguiente que se disputó en la Bombonera hasta el 1-3 con Alemania. Pero estaba lesionado de una rodilla y debió operarse. Fillol fue el relevo en el equipo de Menotti.

Se fue a vivir a España, de vez en cuando volvía al país. Aquí eludía a los medios. Allá soltaba la lengua, fuerte. “Al lado de los jugadores que yo vi, Messi no existe”, aseguró en El Chiringuito. Provocador, vaya uno a saber si lo dijo convencido. En todo caso, un mal cálculo, una salida apresurada del arco. “El fútbol es alegría y yo le doy alegría a la gente” afirmaba. No era un slogan. Era cierto. Fue así, fue un gusto que Gatti haya pasado por estos lugares todo este tiempo. Gracias, Loco.



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