La despedida a “uno de los grandes leones”, a la estrella y al activista


Personalidades de todos los ámbitos homenajean a Robert Redford, firme defensor de la democracia y el medio ambiente y visionario fundador del festival de Sundance

17 Sep 2025 - EL PAÍS
MARÍA PORCEL 

Los Ángeles - Fue mucho más que el repeinado marido de Descalzos por el parque, que el avispado periodista de Todos los hombres del presidente, que el vivo retrato del glamur de Hollywood con gorra y tirantes en El golpe, que el aventurero cazador de Memorias de África, incluso que el director de cine ganador del Oscar por Gente corriente o el visionario fundador del festival fílmico de Sundance, que le sobrevive. Robert Redford luchó toda su vida por ser más, mucho más, que una cara bonita y unas letras blancas sobre fondo negro en la pantalla. Al final del viaje, ese poso ha sido reconocido por sus afines y por el mundo entero.Robert Redford y Paul Newman en Dos hombres y un destino (1969).

Reconocido demócrata, el presidente Barack Obama le entregó la Medalla Presidencial de la Libertad en la Sala Este de la Casa Blanca en noviembre de 2016.

Y fue crítico con Donald Trump desde el primer mandato de este. En 2017 escribió un artículo donde alertaba de sus peligros en The Washington Post. En él, ensalzaba al “periodismo certero que defiende nuestra democracia”, y hablaba sobre la importancia de Todos los hombres del presidente, sobre cómo se destapó el escándalo Watergate, y sus similitudes con la vida real: “Lo más importante es la libertad y la independencia de los medios para defender nuestra democracia”. Trump fue de los primeros en lamentar su muerte: “Hubo una época en que era el más popular. Creo que era un grande”, dijo Trump.

Lamentaron la muerte de Redford escritores como Stephen King y Marianne Wilson; directores como Ron Howard; políticos como Hillary Clinton y por supuesto actores como Rosie O’Donnell, Jamie Lee Curtis, Antonio Banderas, William Shatner, Marlee Matlin, James Gunn o Jane Fonda, otra activista y compañera, que dijo de él que era “una bellísima persona, en cada faceta”: “Estuvo siempre en pie por Estados Unidos y tenemos que seguir luchando”. Meryl Streep le despidió con un solemne: “Ha muerto uno de los grandes leones”.

Un viaje al parque nacional de Yosemite, con 11 años, le conectó para siempre con la naturaleza. Ese amor adolescente le convirtió en un hombre implicado con todas las cuestiones del medio ambiente. Para esa causa creó el Redford Center, que recoge su obra y la lleva más allá, en busca de soluciones para la Tierra. “Los recursos de nuestro planeta son limitados”, afirmaba. Pese a todo, no le gustaba hacerse llamar activista, un término que consideraba demasiado serio para él.

Ruta paisajística

Utah, tan desconocido como cargado de los más exquisitos y salvajes paisajes del Oeste, fue su hogar y su Estado fetiche. Fue insistente en que esos cañones sinuosos en los que recibía multas de tráfico con su Porsche no se convirtieran en una carretera de seis carriles. Batalló para que no se instalara una planta de carbón en el sur, en las llanuras de Kaiparowits; lo logró, y hoy son parte del monumento nacional Grand Staircase-Escalante. La oposición fue tal que los residentes de Kanab, la ciudad más cercana, llegaron a quemar una imagen suya en la calle principal. Redford llegó incluso a escribir un libro sobre el llamado Outlaw Trail, también conocido como el Sendero de los Forajidos, una fascinante ruta paisajística que conecta Utah, Colorado, Arizona y Nuevo México.

Esa necesidad de salirse del carril hollywoodiense le llevó a fundar el festival de Sundance. Decenas de miles de personas inundaban cada enero Salt Lake City, para su desgracia: “Quiero que los vendedores ambulantes, las marcas de vodka, las bolsas de regalos y las Paris Hilton se vayan para siempre”, le dijo a un periodista hace una década. Finalmente, también lo logró: la edición de 2026 será su último año en ese enclave, porque se muda a Colorado.

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Silencioso y hechicero

Se ha muerto Robert Redford. Se marcha un auténtico gigante cinematográfico del siglo XX. Se marcha con él una forma de vivir, una ilusión, una fascinación. Heredero de la figura del héroe vulnerable que fundó Gary Cooper, Redford acrecentó una masculinidad que se construía a base de sonrisas, de cabello rubio ondeando al viento y de seducciones melancólicas. Fue, para decirlo en la lengua de hoy, una belleza no binaria. Quemaba corazones de hombres y mujeres. Puede que la belleza y la seducción sean en sí mismas no binarias, pero eso ya lo sabían los griegos.

Quiero recordarlo en películas que perdurarán en la memoria de la humanidad mientras exista el amor. Quiero recordarlo en Tal como éramos, una película con Barbra Streisand como protagonista femenina donde se narraba una historia de amor que te arrastraba a una nostalgia sobrenatural. Los dos estaban guapísimos, porque Robert Redford vino a este mundo a encarnar el amor humano. Quiero recordarlo en Dos hombres y un destino, junto a Paul Newman y Katharine Ross, un trío amoroso de tres bellezas arrebatadoras. Quiero recordarlo en Memorias de África, con Meryl Streep, donde interpretaba a un hombre solitario,

enamorado de la naturaleza, silencioso y hechicero, libre y de mirada atávica. Meryl Streep se enamora locamente de ese hombre. Y se enamoró también en la vida real. Hoy el amor humano está en decadencia. Pero si ves una de esas películas que acabo de señalar, a las que añado de rondón El gran Gatsby, esa decadencia se esfuma.

Robert Redford se acercaba a las mujeres de una manera que enamoraba a los hombres que lo mirábamos en la pantalla. Esa vulnerabilidad, esa delicadeza, esa timidez, esos ojos, todo estaba al servicio de una forma de amar que embrujaba. Derrotó a los viejos galanes masculinos, desde John Wayne a Clint Eastwood, desde Henry Fonda a Humphrey Bogart, porque no había en él arrogancia ni jactancia. No había en él superioridad. Lo que nos dio es cercanía. No era una belleza inaccesible. Era una forma de sonreír y una forma de mirar con esos ojos azules que de manera inmediata iluminaba la vida. Todos hemos necesitado alguna vez a Robert Redford. Nos ha ayudado a todos.

Me importa insistir en que fue el verdadero heredero de Gary Cooper. No fue solo un actor de cine. Fue el gran amante que el mundo necesitaba. Fue el hombre libre que elegía amar a las mujeres y ellas le correspondían y se iniciaba entonces, en las pantallas, las más hermosas historias de amor. No fue un galán. No fue un hombre guapo más como los hay a cientos. ¿Quién fue? Fue la utopía de todas las historias de amor. Queríamos ser él. O más bien queríamos que él existiese. Porque ser Robert Redford conllevaba una gran responsabilidad. No solo fue el amor. Fue algo más venenoso y humanamente insoportable: fue el enamoramiento, esa gran ilusión de los seres humanos. Robert Redford dio cuerpo y alma en el cine a todos los enamorados y enamoradas de la Tierra.

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Un hombre de una pieza

17 Sep 2025 - EL PAÍS
ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS

Algo tan prosaico como el pelo fue decisivo en la carrera de Robert Redford. Su flequillo rubio, lacio y desordenado resumía el secreto de su atractivo. Cuando en Tal como éramos, Barbra Streisand le apartaba con sus afiladas manos los mechones rubios que le caían sobre los ojos, ardía la pantalla. El fuego de Redford era intenso, pero, de forma paradójica, también seguro. El actor representó como pocos un tipo de masculinidad sexi y reservada, alérgica a la vanidad. Bastaba con apartar aquel flequillo rubio de guapo californiano para encontrar lo que de verdad importa: un hombre de una pieza.

Bajo ese aura de integridad, Redford construyó algunos de sus mejores personajes y, a grandes rasgos, su carrera. Podía ser un buscavidas ladrón sin rumbo (Dos hombres y un destino), que daba igual, te fiabas de él. De las cloacas del Estado (Todos los hombres del presidente), a la corrupta vida carcelaria estadounidense (Brubaker), allí seguía, fiel a sus principios.

Estrella del Nuevo Hollywood, en 1966 Redford participó en una obra fundamental para comprender su lugar en el clima político de esos años: La jauría humana, de Arthur Penn. Redford, como su amiga y compañera de reparto, Jane Fonda, solo era un crío en uno de sus primeros trabajos relevantes, pero como todos los implicados en aquella valiente película sobre una turba dispuesta a linchar a un preso, sabía muy bien qué denunciaba.

Como tantos de sus coetáneos, Redford bebió por igual de los arquetipos de la generación perdida (llegó a ser Jay Gatsby en la versión de 1974) como de los de la generación beatnik. Su amor por la naturaleza había nacido de muy joven, en una excursión al grandioso parque natural de Yosemite. En una de sus mejores películas, el wéstern ecologista escrito por John Milius Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972), Redford convirtió a su trampero solitario en uno de sus más poderosos alter egos: el del hombre ante la fuerza mayor de la naturaleza.

Cuando Redford dirigió en 1998 El hombre que susurraba a los caballos, el espíritu de Jeremiah Johnson seguía ahí: el ermitaño capaz de entenderse con las bestias. Como le ocurría a los dos personajes femeninos de aquel drama, la madre, Kristin Scott Thomas, y la hija, Scarlett Johansson, es difícil no enamorarse de un hombre que sabe qué decirle a un caballo.

En la clase magistral que Meryl Streep ofreció en Cannes en 2024, la actriz evocó la que para ella es una de las secuencias más eróticas de su carrera: cuando el cazador Denys Finch Hatton (Redford), amante de Karen Blixen (Streep), le lava el pelo junto a un río lleno de hipopótamos en Memorias de África. Según la actriz, Redford no tenía mucha idea de cómo hacerlo, pero después de pedirle un par de consejos al peluquero del rodaje, empezó a masajear su cabeza de tal manera que ella se olvidó de la cámara, del equipo y hasta de los hipopótamos. Redford era un actor y un ciudadano serio, pero además, sabía de esas cosas, de montañas, de caballos, y del erotismo que esconde un simple mechón de pelo.

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EL PAÍS Madrid 
Con Robert Earl Jones, en El golpe.

Amante, político, espía, aventurero y director de éxito

El cineasta encadenó una filmografía trufada de títulos inolvidables tanto delante como detrás de la cámara

Leyenda del cine y presencia ineludible del Hollywood dorado, Robert Redford deja un legado cinematográfico inmenso, con actuaciones memorables delante y detrás de la cámara. Estas son sus películas más icónicas.

La jauría humana (1966).

Redford dio su primer aldabonazo en Hollywood de la mano de Arthur Penn en este descarnado y pesimista relato sobre el lado más oscuro de EE UU. El protagonista era Marlon Brando, memorable como un sheriff que se erigía en el único hombre decente en un pueblo lanzado en tromba a una despiadada cacería humana, la del preso fugado encarnado por un rubio de ojos azules y hechuras de estrella que ya ahí hipnotizaba e incluso conmovía.

Dos hombres y un destino (1969). 

Una película memorable por muchos motivos. El más superficial, pero no por eso menor: dos de las bellezas masculinas más envidiadas de siempre, compartiendo casi cada plano. Pero, sobre todo, Redford y Paul Newman ofrecían un duelo actoral en la piel de los forajidos Sundance Kid y Butch Cassidy. El wéstern de George Roy Hill, una historia de aventuras y de amistad hasta sus últimas consecuencias, ganó cuatro Oscar.

El golpe (1973). 

Reuniéndose otra vez con Newman, Redford da vida a un joven estafador que planea vengarse de un mafioso. El filme es célebre por sus giros, la ambientación en la Gran Depresión y la elegancia de la puesta en escena, lo que la convirtió en uno enorme éxito de taquilla y en un clásico del cine de timadores.

Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972). 

En este wéstern intimista, Redford encarna a un hombre que abandona la civilización para vivir como trampero en las montañas Rocosas. La historia mezcla la dureza del entorno natural con un tono casi poético, y se considera una obra fundamental en la construcción de la imagen de independencia personal.

Tal como éramos (1973). 

Junto a Barbra Streisand, protagoniza este drama sobre dos personas con ideologías y estilos de vida opuestos que intentan sostener una relación. El contraste entre su personaje, relajado y pragmático, y el idealismo de Streisand da profundidad a una historia de amor marcada por las tensiones políticas y sociales en EE UU.

Todos los hombres del presidente (1976). 

Aquí interpreta al periodista Bob Woodward, quien junto a Carl Bernstein (Dustin Hoffman) destapa el caso Watergate. La película es un referente del cine político y muestra con realismo la labor que condujo a la renuncia de Richard Nixon. Redford impulsó personalmente el proyecto, consolidando su perfil como actor comprometido.

El candidato (1972). 

En este drama político, Redford es un abogado reclutado como candidato para el Senado con pocas expectativas de éxito. Mediante su ascenso, se explora la manipulación mediática y las contradicciones de la política electoral. Su interpretación transmite tanto el idealismo inicial como el desencanto que llega con el poder.

El gran Gatsby (1974). 

Robert Redford da vida al icónico personaje creado por F. Scott Fitzgerald. La película, dirigida por Jack Clayton, destaca por su tono decadente y la elegante factura visual que envuelve a Jay Gatsby, el misterioso millonario famoso por sus extravagantes fiestas en Long Island durante la era del jazz.

Los tres días del cóndor (1975). 

Un duro thriller de Sydney Pollack donde Redford interpreta a un investigador de libros de la CIA que, al volver de comer, encuentra muertos a todos sus compañeros. A partir de ahí, tratará de averiguar qué había sucedido.

Brubaker (1980). 

Clásico del cine carcelario. Redford da vida a un hombre que, antes de presentarse como el nuevo alcaide de la prisión estatal, se hace pasar por un preso para descubrir la situación real dentro de la cárcel y destapar los abusos y asesinatos que habían tenido lugar en ella.

Gente corriente (1980). 

En su debut como director, Redford ofreció un drama familiar sobre el duelo y la incomunicación tras la muerte de un hijo. La película sorprendió al obtener los Oscar a mejor película y mejor director, y reveló a la estrella como un narrador sensible, capaz de explorar los matices de la intimidad doméstica. Es considerada una obra fundamental en su faceta detrás de la cámara.

Memorias de África (1985).

Junto a Meryl Streep, protagoniza este drama romántico ambientado en Kenia a principios del siglo XX. Su personaje, un aventurero libre y apasionado, simboliza el espíritu de independencia frente a las restricciones sociales. El filme, ganador del Oscar a mejor película, se recuerda por su fotografía majestuosa y la intensidad de la relación entre los protagonistas.

Quiz Show (El dilema)  (1994).

Como director, Redford retrata el escándalo de los concursos televisivos amañados en los años cincuenta. La película es una crítica al poder de los medios y a la construcción de ídolos falsos en la sociedad estadounidense. Su dirección sobria y elegante fue aclamada, y confirmó a Redford como un cineasta con visión crítica y sensibilidad histórica.

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