Muere Robert Redford, leyenda de Hollywood
El protagonista de ‘Dos hombres y un destino’,
que ganó un Oscar como director, tenía 89 años
Redford, faro de Hollywood y el cine ‘indie’
El legendario actor de ‘Dos hombres y un destino’, ‘El golpe’ y ‘Todos los hombres del presidente’, creador del festival de Sundance y director de ‘Gente corriente’ y ‘Quiz Show’, fallece a los 89 años
Robert Redford murió ayer a los 89 años. Actor legendario de Hollywood, impulsó el cine independiente, fue un faro para los demócratas y un activista en asuntos mediombientales y sociales. Protagonizó Dos hombres y un destino o El golpe, y recibió el Oscar a la mejor dirección por Gente corriente.
GREGORIO BELINCHÓN
17 set 2025 - EL PAÍS
Ha sido un titán de la actuación, una leyenda entre los cineastas indies en EE UU —para quienes impulsó el Instituto y el Festival de Sundance (bautizado así por su personaje de Dos hombres y un destino)—, un faro para los demócratas y un activista volcado en los temas sociales y ecológicos. Con la muerte de Robert Redford no se ha ido uno, sino todos los Redford que han existido en diferentes campos. Y también desaparece un opositor furibundo al presidente Trump.
Redford murió ayer a los 89 años en su casa de Provo, en Utah, según informó The New York Times. Al diario se lo anunció Cindi Berger, directiva de la firma de publicistas Rogers & Cowan PMK, que explicó que falleció mientras dormía, pero indicó la causa.
El intérprete protagonizó películas como Todos los hombres del presidente, Dos hombres y un destino o El golpe, y recibió un Oscar a la mejor dirección por Gente corriente. Su última aparición fue en un filme de gran presupuesto, Avengers: Endgame (2018), aunque, después puso su voz al servicio de dos proyectos más.
Ni siquiera él confiaba en una carrera tan larga y exitosa. A este periodista le confesó que en su juventud le atraía demasiado la vida hippy. Por dos veces decidió quemar las naves en sus inicios: una al morir su madre, y la segunda fue en 1966, cuando con su esposa y sus hijos se mudó al sur de España, a Málaga y Mijas, a pesar de que ya había logrado cierto nombre en Broadway y había dejado huella en el cine, en cuatro películas. “Yo quería ser pintor. Me llevó un tiempo aceptar que esa pasión se convertiría en mi hobby y que la interpretación pasaría a primer plano”, recordaba. “¿Y sabes cuándo pasó? Me llamaron para protagonizar Descalzos en el parque, y volví a casa”. Nunca más dudó de su valía. En 2018, aseguró a EL PAÍS en el estreno de The Old Man & The Gun: “Me gustaría ser recordado por todo el trabajo en televisión, en cine, en teatro. Y por mi labor medioambiental”.
Redford luchó toda su vida contra su evidente belleza, contra su aspecto de chico sano californiano. Fue una estrella, de las más conocidas y con mayor peso y prestigio del cine; sin embargo, buscó proyectos interpretativos distintos, se puso al servicio de películas que fueran más allá del mero entretenimiento. “Para mí lo más importante es la historia”, explicaba. “Eso es lo primero. A lo largo de mi carrera he desarrollado una estrategia de tres pasos. Primero, la historia. Segundo, el personaje. Y tercero, la emoción. Pero la fascinación por los efectos especiales, por las explosiones, por la acción, ha dejado de lado la historia”.
Con todo, en aquel 2018, también contaba que el trabajo del que guardaba mejor recuerdo era de El golpe: “En Dos hombres y un destino interpreté un papel en el que me sentí cómodo y fue un placer trabajar con George Roy Hill. Fue entonces cuando Paul Newman y yo nos hicimos amigos, una amistad que duraría toda la vida.
Pero con todo lo que adoro Dos hombres y un destino, El golpe me parece de los mejores filmes de la historia del cine. Y todo el crédito se lo lleva Hill”.
Charles Robert Redford junior nació en Santa Mónica en 1936. Cuando tenía 18 años, su madre murió, y Redford, apasionado de la pintura, se mudó a Europa con ínfulas de ser un bohemio en su primera huida, abandonando los estudios y finalmente malviviendo en Francia (estudió en la École des Beaux-Arts, de París) e Italia desde 1955. Tras casarse con Lola van Wagenen, por la que dejó el alcohol, tuvieron su primer hijo, que falleció a los pocos meses en 1959. Ese mismo año un profesor le consiguió un pequeño papel para una obra de Broadway. Redford empezó a encadenar trabajos en teatro y televisión, y en 1962 actuó en los escenarios en Descalzos por el parque. Comenzó a frecuentar apariciones en el cine en La rebelde, La jauría humana, Situación desesperada y Propiedad condenada. Y sintió que aún le podía la pasión por la pintura y la aventura hippie: con su mujer y sus hijos se instaló en Málaga, antes de que Descalzos por el parque le rescatara para el cine como antes había hecho en el teatro. “Hollywood nunca me pareció un lugar mágico. No fue mi sueño. La fama llegó de forma inesperada. Empecé a verme tratado como un objeto. El lado oscuro de la fama”.
Descalzos en el parque lo catapultó. Su siguiente trabajo fue Dos hombres y un destino, que empezó con Newman vigilando de reojillo a aquel rubio con aura de estrella y acabó con ambos convertidos en amigos íntimos. En esa década de los setenta se convirtió en figura fundamental para un cine de calidad, especialmente si era político: El valle prohibido, Las aventuras de Jeremiah Johnson, El golpe, El gran Gatsby, El carnaval de las águilas, Todos los hombres del presidente, El jinete eléctrico... Un currículo brillante y ecléctico al que la Academia de Hollywood le dio la espalda: solo fue candidato al Oscar al mejor actor con El golpe.
Son los años también en que cuaja su activismo ecológico y social: si en 1970 ya se había opuesto a la construcción de una autopista en un cañón de Utah, un lustro después lideró una campaña contra una central eléctrica alimentada con carbón. “Nos expandimos y generamos riqueza, pero ¿qué nos va a quedar si continuamos a este ritmo? El futuro no tiene que estar solo orientado al desarrollo, sino a la conservación si buscamos la supervivencia de nuestra especie. Por eso dedico mis esfuerzos al medio ambiente”.
En su búsqueda por ese algo más, en 1981 fundó el Instituto Sundance, del que en 1984 salió el festival. “Son la forma de ofrecer esas oportunidades a otros. La primera idea fue la de ofrecer un lugar donde los autores pudieran conocer la obra de otros realizadores. Porque su trabajo estaba siendo ignorado. Para lo que no estábamos preparados era para la energía que esto creó a su alrededor”. A inicios de los ochenta comenzó a desarrollar su carrera como director y debutó con Gente corriente (1981), un puñetazo en la mesa del cine más íntimo: obtuvo la estatuilla de Hollywood a la mejor dirección. Su ascendiente en la industria alcanzó su máximo apogeo, aunque en la dirección no volvería a brillar igual. Sí, realizó historias interesantes, aunque irregulares: Un lugar llamado Milagro (1988), El río de la vida (1992), Quiz Show (El dilema) (1994) —quizá su mejor trabajo tras las cámaras, con cuatro candidaturas a los Oscar—, El hombre que susurraba a los caballos (1998), La conspiración (2010) o Pacto de silencio (2010).
En los ochenta, Redford luchó por encajar su físico en los proyectos que le llegaban: El mejor, Memorias de África, Peligrosamente juntos, Sneakers, Una proposición indecente, Íntimo y personal... En este siglo XXI mantuvo su actividad como estrella empujado por sus problemas económicos.
“¿Pienso en la muerte? Es parte de la vida. Y seguro que en algún lugar de mi mente estoy aterrorizado. Es inevitable, pero sí puedo elegir entre vivir con miedo o seguir con mi vida y reírme de la muerte. Mientras pueda dar largas caminatas y montar a caballo, me seguiré riendo de ella”, aseguraba en Toronto en 2018. Ayer, como en el final de Dos hombres y un destino, no saltó hacia la muerte, sino hacia la leyenda.
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CARLOS BOYERO
Creíble y magnético en el cine y en la vida
Aunque le colocaran en segundo plano, y a ningún director con sentido de la supervivencia se le ocurriría hacerlo, el señor Robert Redford se comía la pantalla. La cámara le amaba. También infinitas mujeres de cualquier lugar y condición que poseyeran sentido del gusto. Y a los hombres nos caía muy bien. Nos gustaría ser como él. En vano, por supuesto. El gran público no acudía a los cines en función de los seres que dirigían las películas. Iban a ver una película de Robert Redford. O de Paul Newman. O sea, el estrellato absoluto es algo palpable, real, inmune a las fórmulas, aunque estas las manejen genios del marketing, la publicidad, la promoción.
Y por supuesto que existieron cerebros calculadores que no albergaban dudas de que si lograban juntar a Redford y a Newman delante de la cámara, y les ofrecían guiones sabrosos y personajes memorables, los espectadores iban a babear de placer. El campo magnético que ambos poseían, y que la historia que compartían tuviera encanto, garantizaba un placer imperecedero para un público masivo y la convicción de que el cine puede ser fascinante. Los situaron en el wéstern y en el cine de estafadores. El programa doble que componen Dos hombres y un destino y El golpe puede endulzar eternamente, divertir, intrigar, hacer reír, hipnotizar, la sensación de pasar un rato inolvidable a espectadores de todo tipo. Incluso a los intelectuales y a los modernos.
Redford siempre era Redford. O sea, encanto en estado puro. También podía ser versátil, expresar una galería de sentimientos, ser romántico y luminoso, y dar vida a personajes con sombras o en circunstancias duras. Pero jamás odiosos. Existe algo muy limpio en él, nunca parece afectado y es tan creíble como magnético interpretando sentimientos líricos e historias de amor. Los mirones siempre
le deseamos lo mejor, aunque algunas de las películas que interpretó no posean finales felices.
El hombre que más y mejor le dirigió fue el extraordinario Sydney Pollack, señor infravalorado, creador de perdedores con alma, narrador de historias de amor tan atractivas como emocionantes. Mi Redford favorito es el de Las aventuras de Jeremiah Johnson, duro y precioso retrato de un inadaptado que espera encontrar la paz en la soledad de una naturaleza salvaje. Pero encontrará maravillosa compañía con una mujer india y un niño huérfano. Y los perderá. Y solo quedará la supervivencia más feroz y la venganza ritual. Aunque no me olvido de la dignidad
y el aislamiento de El jinete eléctrico,
el aturdido, acorralado y tenaz personaje que descubre el maquiavelismo asesino de sus jefes en Los tres días del cóndor;
aquel amor que acaba naufragando pero que siempre quedará en la memoria de
Tal como éramos. Y cómo no, el aventurero al que siempre amará aquella conmovedora señora que se repetía inconsolablemente a sí misma: “Yo tenía una granja en África”. Ocurría en la preciosa
Memorias de África. Todas ellas con la firma de Pollack.
Mi primer recuerdo de Redford es el de un inocente acorralado por un ejército de linchadores borrachos, constatando que no poseía ya nada, incluida su mujer, enamorada
de su mejor amigo, y con el majestuoso y sufriente Brando intentando protegerle y que se cumpla la ley en La jauría humana. Y siempre mantuvo encanto para mis ojos y mis oídos. Habría preferido que su hermoso rostro no se hubiera operado tanto cuando llegó la vejez y la decrepitud. Y algunas de sus últimas interpretaciones, empeñado en mantenerse coqueto, me sobraban. No ensombrecen una carrera magistral, con personajes en búsqueda de esa cosa tan resbaladiza y complicada llamada verdad. Incluido su tenaz periodista Bob Woodward en Todos los hombres del presidente.
Redford también representó durante mucho tiempo una imagen admirable de Estados Unidos, ese país que ahora encarna
en dosis permanentes, esperpénticas y terroríficas un fulano llamado Donald Trump. No solo enamoraba en la pantalla. También parecía un hombre sensato, propiciando a través del festival de Sundance que cierto cine, rodado con pocos medios, tuviera salida. Dando la cara y el dinero por causas razonables en las que creía. Parecía un hombre honesto. Y qué culpa tenía él de ser tan guapo y que casi todas y todos estuviéramos fascinados con su arte y su personalidad para interpretar. Era la última y gran estrella viva. Y si es de verdad, eso no se lo pueden inventar los ordenadores ni la inteligencia artificial. Redford era inteligencia, arte, corazón y belleza.
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