El abrazo del alma



La historia de dos personas que se encontraron en un espacio tiempo y a quiénes la fotografía les hizo pasar a formar parte de la eternidad. La foto más famosa del Mundial de Argentina de 1978.

Texto Borja de Matías | Fotografía Ricardo Alfieri. 
Revista Líbero

El Buenos Aires de los años treinta rezumaba alegría, esperanza, y ese toque melancólico que tienen las ciudades que han ido forjando su carácter a base de golpes de idiomas y costumbres. Son los años del tango, de las noches en el Palais de Glace, aquel salón de fiestas en el barrio de Recoleta que enmudeció para siempre cuando oyó cantar a Gardel una noche de verano, y del fútbol, que acogía su primer campeonato profesional a principios de 1931. Una urbe en pleno auge industrial, con una población creciente que había abandonado los campos tras la crisis sufrida a principios de la década, cuando cesaron las exportaciones y no quedó otra que buscarse la vida en la gran ciudad. En aquellos tiempos previos al peronismo, Buenos Aires era una ciudad bohemia y ruidosa, donde casi el treinta por ciento de la población hablaba italiano y los bares no tenían hora de cierre. Un escenario perfecto para los artistas.

Virtuosos como Ricardo Alfieri, que nació en el humilde barrio de Barracas, muy cerca de La Boca, el mismo lugar donde daría sus primeras patadas a un balón Alfredo Di Stefano, con quien compartiría mesa, mantel y amistad años más tarde. Su infancia, mientras esperaba el partido del domingo, le revelaría un gran amor por la fotografía, afición que terminaría encumbrándole como uno de los mejores fotoperiodistas del panorama nacional. Aficionado al deporte, practicó atletismo y baloncesto a nivel amateur, actividades que continuaría ejerciendo el resto de su vida. Su figura, esbelta y estilizada le daba un aire de galán de cine permitiéndole ser, en palabras de su hijo Ricardo, “un gran seductor”.

Alfieri comenzó trabajando en la imprenta de la editorial Atlántida, en el local que tenía entre las calles Azopardo y México, muy cerca de la Plaza de Mayo. Ahí, en el sótano, se inició como linotipista, una profesión hoy en desuso que consistía en formar, con placas de hierro, las diferentes palabras que formarían los textos que conformarían posteriormente cada una de las publicaciones. Un trabajo pesado, complejo, agotador y depende de quien y cómo lo cuente, mágico. Las horas en aquel viejo sótano nunca le frenaron las ganas de dedicarse a la fotografía, su gran pasión. “Cuando éramos pequeños siempre nos estaba haciendo fotos. Era su gran afición”, recuerda hoy su hijo Ricardo. Fue una mañana cuando entre botes de tinta y el ruido del traqueteo constante de las máquinas, vio un anuncio donde la empresa preguntaba a sus empleados si les apetecía cambiar de función dentro del organigrama ya que estaban buscando un nuevo fotógrafo. Quizá a alguien le interesaría. “No lo dudó y eso que significaba ganar mucho menos de lo que ganaba como linotipista. Estuvo un mes a prueba y quedó. Tenía unos cuarenta años”, recuerda su hijo. A mediados de los años cincuenta, y tras una larga etapa como linotipista, Rardo Alfieri pasó a formar parte de la nómina de fotógrafos de la editorial Atlántida, que por aquel entonces editaba catorce revistas de diferentes estilos: juegos infantiles, agricultura, ganadería, deportes, moda, y espectáculos. En 1962 cubriría en Chile su primer mundial de fútbol al que seguirían muchos más y una fría noche de junio de 1978, ya jubilado, dispararía una secuencia de cinco fotografías que cambiarían su vida y le haría mundialmente famoso. La vida de Victor Dell Aquila.

En 1962 cubriría en Chile su primer mundial de fútbol al que seguirían muchos más y una fría noche de junio de 1978, ya jubilado, dispararía una secuencia de cinco fotografías que cambiarían su vida y le haría mundialmente famoso. La vida de Victor Dell Aquila.

UNA VIDA DIFERENTE

El camino hasta Solano, un barrio del municipio de Quilmes, es complicado. Cuesta encontrar la dirección deseada entre caminos de arena y casas de chapa. Apenas hay indicaciones aunque todo empieza y termina en el centro, un punto neurálgico donde puedes encontrar desde televisores de quinta mano, a Iphone 5s con garantía. Una muestra de la bipolaridad que ofrece la Argentina de hoy día. El taxista se ha perdido y aunque las indicaciones de Víctor son precisas, las posibilidades de perderse son altas. Pasado un rato encontramos la dirección: un camino largo de tierra sin salida que termina en una casa de ladrillo visto, de esas que parecen construidas por uno mismo a trozos, como si el tiempo fuese el único elemento capaz de frenar el resultado final. Nos recibe Víctor con quien hemos hablado previamente por teléfono. Nos hace pasar a la casa disculpándose por el estado de la entrada después de una fuerte semana de lluvias que ha destrozado la pintura y el suelo. Llama la atención cómo se desenvuelve a pesar de que le faltan los dos brazos. Junto a él está su mujer, Gilda, con quien ha tenido dos hijos.

El mayor, Mariano, vive junto a ellos en una casita contigua bien acondicionada donde no falta de nada, ni siquiera juguetes para su hija recién nacida. Allí, junto a la mesa, nos sentamos a hablar y recordar su historia. “Yo siempre digo que el fútbol me salvó la vida. De pequeño me encantaba trepar por los árboles. Estaba todo el día saltando de un lugar a otro jugando. Un día, lo recuerdo perfectamente, me subí a un árbol que estaba cerca de la carretera, me resbalé y en la caída me sujeté en un poste eléctrico cayendo desde quince metros de altura. Me electrocuté y me tuvieron que amputar los dos brazos. Imagina el drama. Recuerdo que le dije al médico: ‘¿para qué me dejas vivir?’, y él me respondió ‘nene, le tienes que devolver la vida a tu madre’. Tenía doce años”. Los recuerdos se agolpan en la memoria de Víctor que siempre tiene presente la historia y está acostumbrado a contarla. Nos enseña algunos recuerdos del fútbol, de cuando iba cada domingo a la Bombonera a apoyar a Boca. “Ya me conocían todos y me dejaban entrar a la cancha. Me ponía detrás del banquillo y saltaba al campo. Tengo fotos con todos. Era mi vida, mi verdadera ilusión”

En el ambiente del fútbol, aquel joven sin brazos y pelo largo era tremendamente conocido. Un habitual del decorado de la Bombonera. “Estaba en todos sitios, salía en todas las fotos”, apunta el exjugador Alberto Tarantini desde su domicilio en la Recoleta. “Yo que jugaba en Boca, estaba acostumbrado a verlo cada domingo en la cancha. No sé cómo lo hacía pero siempre estaba en el túnel de vestuarios esperando a que saliéramos”. La crueldad de quedarse sin brazos a los 12 años nunca le venció y trató de llevar una vida normal como la de cualquier otro chico. “Aprendí a conducir con los hombros así (hace un gesto inclinándose hacía adelante), a utilizar los pies, a moverme de otro modo; a vivir sin brazos”. Cuenta Víctor que al poco tiempo de tener el accidente, a través de un pariente en Italia, surgió la posibilidad de ser intervenido para colocarle unas prótesis en los brazos.

“No dieron resultado y por ahí deben de estar tiradas”, apunta mientras nos indica con la mirada un galpón fuera de la casa. “¡Tienes que ver cómo juega al fútbol! ¡Y al ping-pong!”. Las palabras de Ricardo Alfieri sobre Víctor que en su día sorprendieron por inverosímiles, van perdiendo efecto al ver cómo se maneja por la casa cómo se mueve y cómo nos muestra todo lo que ha conseguido. Actualmente trabaja vendiendo cupones por el barrio realizando a la vez algunos trabajos de fontanería y albañilería. Cuenta que el barrio está muy mal, que ya no es lo que era y que la inseguridad ha terminado por emborronar todo. Lo dice mientras sostiene la fotografía que le cambió la vida, el retrato de esos dos segundos que Ricardo Alfieri inmortalizó para siempre y que ahora forman parte de su recuerdo de vida. “Para Víctor, con cariño, mi mejor foto del Mundial 78”, reza la dedicatoria. Víctor no puede evitar mirarla una y otra vez. Es feliz.

LA FOTO

Tarantini siempre sostuvo que no sabían nada, que se enteraron después. El Pato Fillol, uno de los mejores porteros de la historia de Argentina, dice que en aquel momento ellos estaban tan concentrados en el torneo que ni siquiera intuyeron lo que el Gobierno militar estaba haciendo con miles de personas. Resulta complicado de entender sin haber vivido aquellos días pero casi todos coinciden en lo mismo: nadie sabía nada. Nadie podría pensar que mientras Argentina estaba saliendo campeona del mundo, a apenas 500 metros del Monumental, en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) se torturaba gente. Nadie. El Mundial del horror como lo calificaron tiempo después muchas publicaciones dejó en la final a Argentina después de haber hecho un torneo un tanto irregular, perdiendo un partido en la primera fase, obligándoles a jugar el resto de los encuentros en Rosario. Allí ganaron a Perú por cinco goles para pasar a la final en un partido donde varios jugadores peruanos denunciaron amenazas de muerte por parte de la junta militar. Aquel 25 de junio amaneció nublado sobre Buenos Aires. Hacía frío y Víctor cogió aquella chaqueta marrón de franela que le acompañaba siempre y puso rumbo al estadio. “No había ido a ningún partido del Mundial. No fui a Rosario, y tenía la esperanza de poder entrar en el Monumental, ya que conocía a un hombre de la puerta que solía hacerme entrar. Me coloqué en un lateral, abajo, muy cerca del foso. Ahí ví el partido, agachado. Había un ambiente espectacular”, recuerda.

“No había ido a ningún partido del Mundial. No fui a Rosario, y tenía la esperanza de poder entrar en el Monumental, ya que conocía a un hombre de la puerta que solía hacerme entrar. Me coloqué en un lateral, abajo, muy cerca del foso. Ahí ví el partido, agachado. Había un ambiente espectacular”

Más de setenta mil personas poblaban las gradas aquella tarde. El fervor popular inundaba todo y silenciaba el resto. El partido fue una sucesión de errores y aciertos que terminó en la prórroga después de que Kempes y Nanninga anotaran para uno y otro equipo. Ya en el tiempo añadido Kempes marcó de nuevo y Bertoni cerró el encuentro con el equipo holandés volcado. Fue ahí cuando Víctor lo tuvo claro. “Yo quería celebrar y pisar al campo. Aproveché la confusión para saltar el foso y burlar la seguridad que había. Recuerdo a los perros ladrando, pero no se escuchaba nada, imagínate, Argentina estaba a cuatro minutos de ser campeona del mundo. Cuando me di cuenta estaba en el césped. Aguanté ahí, cerca del córner de la portería de Fillol, esperando a que el árbitro pitase y rezando porque nadie me viera y me sacara de ahí. Quizá alguien me vio y no quiso hacer nada, no sé. El caso es que pitó el árbitro y eché a correr, a festejar, sin saber a donde iba”.


EL MOMENTO

Mientras el país enloquece, Fillol, portero de River Plate, se agacha en el suelo y entre lágrimas le da las gracias a la vida y al fútbol por ese momento tan mágico. Años después declararía que en ese momento vio al mismísimo Dios. Antes de que se levante aparece Tarantini a quien se le aflojan las piernas antes de desvanecerse sobre el césped. “Aún hoy no me explico cómo terminé en esa parte del campo. Yo estaba en el lateral y recuerdo que eché a correr gritando y llorando cuando me vi ahí, delante del Pato”. Los segundos que transcurrieron entre ese abrazo y la llegada de Víctor forman ya parte de la historia inmortalizados gracias a la Nikon Manual en blanco y negro de Ricardo Alfieri. Cinco disparos rápidos, instintivos, eternos que muestran a dos personas abrazándose mientras los imaginarios brazos de Víctor flambean en el aire buscando fundirse con ellos. Es como si la distancia que hay entre ellos fuese etérea, como si en cualquier momento la diapositiva fuese a cobrar vida y los brazos fuesen brazos de carne y hueso, no dos trozos de tela, como si la fuerza del momento pudiera permitir que ese abrazo lo fuera de verdad. Al día siguiente El Gráfico abrió su portada con la foto de Passarella recogiendo la Copa de Campeones.

Dentro, multitudes de instantáneas recordaban la hazaña del día anterior. Todas ellas mostrando la acción del juego, la carrera de Kempes después de marcar, la escayola de Van del Kerkhof y el ambiente de un Monumental repleto. No fue hasta pasados dos días, cuando revelando todo el material se dieron cuenta del hallazgo. “Nos dimos cuenta enseguida porque llamaba mucho la atención. Y fue entonces cuando salió el genio de Osvaldo Ardizzone, periodista de El Gráfico, para bautizarla como ‘El abrazo del alma’”, recuerda Ricardo Alfieri hijo. Con el paso del tiempo, la fotografía, que ganó el premio a la mejor foto del Mundial 1978 entre 4.000 participantes, se fue haciendo cada vez más famosa. “Calculamos que la fotografía habrá ganado más de ochenta premios internacionales”, recuerda Ricardo con el orgullo propio de quien vivió el momento. “Ahora es todo mucho más fácil. Mi padre iba a cubrir Mundiales y Copa América con treinta placas, que eran los vidrios que servían como negativos. Y con eso podía sacar únicamente tres fotos por partido. ¡Tres fotos! No tenías margen de error. Como él solía decir, ‘en cada clic se tiene que ir un trozo de alma’”.

EL LEGADO

Ricardo Alfieri fue un artista y su trabajo así lo atestigua. Multitud de fotografías que hoy pertenecen a la memoria colectiva llevan su firma. Era un hombre carismático, un gran bohemio que cuidaba todos los detalles como ese pañuelo amarillo que llevaba siempre atado al cuello a modo de cábala. Murió diez días después de que Brasil ganara la Copa del Mundo en Estados Unidos en 1994 y a su funeral acudieron numerosas personas del mundo del deporte. Para Víctor, el trayecto tampoco ha sido nada fácil. De vez en cuando alguien le recuerda su historia, aunque en su cabeza la imagen se repite con frecuencia. A sus mas de 60 años, hace tiempo que comprendió lo complicado que es salir adelante en esas circunstancias aunque eso nunca le ha privado de conseguir sus sueños. Sigue jugando al fútbol con sus amigos, y sigue vibrando y emocionándose cada vez que juegan Boca y la Selección, aunque ya no suele ir a la cancha.


VIDEO

El abrazo del alma


Emocionante comercial de Coca-Cola: "El abrazo del alma"

SPOT:

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L'abbraccio dell'anima

La storia di due persone che si sono incontrate nello spazio-tempo e la cui fotografia le ha rese parte dell'eternità. La foto più famosa dei Mondiali di calcio del 1978 in Argentina.

Testo Borja de Matías | Fotografia Ricardo Alfieri. 

La Buenos Aires degli anni Trenta trasudava gioia, speranza e quel tocco di malinconia che hanno le città che hanno forgiato il loro carattere sulla base di una mescolanza di lingue e costumi. Erano gli anni del tango, delle notti al Palais de Glace, il locale del quartiere Recoleta che si spense per sempre quando una sera d'estate sentì cantare Gardel, e del calcio, che all'inizio del 1931 ospitò il suo primo campionato professionistico. Era una città in pieno boom industriale, con una popolazione in crescita che aveva abbandonato le campagne dopo la crisi subita all'inizio del decennio, quando le esportazioni erano cessate e non c'era altra scelta che guadagnarsi da vivere nella grande città. In quei tempi pre-peronisti, Buenos Aires era una città bohémien e rumorosa, dove quasi il trenta per cento della popolazione parlava italiano e i bar non avevano orario di chiusura. Un ambiente perfetto per gli artisti.

Virtuosi come Ricardo Alfieri, nato nell'umile quartiere di Barracas, a due passi da La Boca, lo stesso dove Alfredo Di Stéfano, con cui anni dopo avrebbe condiviso tavolo, tovaglia e amicizia, avrebbe tirato i primi calci a un pallone. L'infanzia, in attesa della partita domenicale, gli rivelerà un grande amore per la fotografia, un hobby che finirà per renderlo uno dei migliori fotoreporter del panorama nazionale. Appassionato di sport, pratica l'atletica e la pallacanestro a livello amatoriale, attività che continuerà a praticare per tutta la vita. La sua figura esile e slanciata gli conferiva l'aria di una star del cinema, permettendogli di essere, secondo le parole del figlio Ricardo, “un grande seduttore”.

Alfieri iniziò a lavorare nella tipografia della casa editrice Atlántida, nei locali tra le vie Azopardo e México, molto vicino a Plaza de Mayo. Lì, nel seminterrato, iniziò come linotipista, una professione ormai in disuso che consisteva nel formare, con lastre di piombo, le diverse parole che avrebbero costituito i testi che poi avrebbero composto ciascuna delle pubblicazioni. Un lavoro pesante, complesso, faticoso e, a seconda di chi e di come lo si racconta, magico. Le ore in quel vecchio scantinato non gli hanno mai impedito di dedicarsi alla fotografia, la sua grande passione. “Quando eravamo piccoli ci fotografava sempre. Era il suo grande hobby”, ricorda oggi il figlio Ricardo. Fu una mattina che, tra barattoli di inchiostro e il rumore del continuo sferragliare delle macchine, vide un annuncio in cui l'azienda chiedeva ai suoi dipendenti se volessero cambiare ruolo all'interno dell'organizzazione, poiché stavano cercando un nuovo fotografo. Forse qualcuno sarebbe stato interessato. “Non esitò e questo significava guadagnare molto meno di quanto guadagnava come linotipista. Fece un mese di prova e rimase. Aveva quarant'anni”, ricorda il figlio. A metà degli anni Cinquanta, dopo un lungo periodo come linotipista, Ricardo Alfieri entra a far parte della rosa di fotografi della casa editrice Atlántida, che all'epoca pubblicava quattordici riviste di stili diversi: giochi per bambini, agricoltura, allevamento, sport, moda e spettacoli. Nel 1962 si occupa del suo primo mondiale di calcio, in Cile, a cui seguiranno molti altri, e in una fredda notte del giugno 1978, ormai in pensione, scatta una sequenza di cinque fotografie che cambieranno la sua vita e lo renderanno famoso in tutto il mondo. La vita di Victor Dell'Aquila.

UNA VITA DIVERSA

La strada per Solano, un quartiere del comune di Quilmes, è complicata. È difficile orientarsi tra strade sabbiose e case in lamiera. Non ci sono quasi cartelli, anche se tutto inizia e finisce nel centro, un punto nevralgico dove si può trovare di tutto, dai televisori di quinta mano agli Iphone 5 con garanzia. Un esempio del bipolarismo che l'Argentina offre oggi. Il tassista si è perso e anche se le indicazioni di Victor sono precise, le possibilità di perdersi sono alte. Dopo un po' troviamo l'indirizzo: una lunga strada sterrata senza uscita che termina in una casa di mattoni a vista, una di quelle che sembrano costruite da soli a pezzi, come se il tempo fosse l'unico elemento in grado di rallentare il risultato finale. Ci accoglie Víctor, con il quale avevamo già parlato al telefono. Ci fa entrare in casa, scusandosi per lo stato dell'ingresso dopo una settimana di forti piogge che hanno distrutto la vernice e il pavimento. È impressionante come riesca a muoversi nonostante gli manchino entrambe le braccia. Accanto a lui c'è la moglie Gilda, con la quale ha due figli.

Il maggiore, Mariano, vive accanto a loro in una casetta ben arredata dove non manca nulla, nemmeno i giocattoli per la figlia neonata. Lì, a tavola, ci siamo seduti per parlare e ricordare la sua storia. “Dico sempre che il calcio mi ha salvato la vita. Quando ero bambino, mi piaceva arrampicarmi sugli alberi. Tutto il giorno saltavo da un posto all'altro giocando. Un giorno, lo ricordo perfettamente, mi sono arrampicato su un albero che si trovava vicino alla strada, sono scivolato e nella caduta mi sono impigliato in un palo elettrico e sono caduto da quindici metri di altezza. Rimasi folgorato e mi dovettero amputare entrambe le braccia. Immaginate il dramma. Ricordo che dissi al medico: “Perché mi lasciate vivere”, e lui rispose: “Piccolo, devi ridare la vita a tua madre”. Avevo dodici anni. I ricordi riaffiorano in Victor, che ha sempre in mente la storia ed è abituato a raccontarla. Ci mostra alcuni ricordi di calcio, di quando andava ogni domenica alla Bombonera a tifare Boca. “Tutti mi conoscevano già e mi facevano entrare in campo. Mi mettevo dietro la panchina e saltavo in campo. Ho foto con tutti. Era la mia vita, il mio vero sogno.

Negli ambienti calcistici, il giovane senza braccia e con i capelli lunghi era un nome familiare. Un habitué del set della Bombonera. “Era ovunque, era in tutte le foto”, racconta l'ex giocatore Alberto Tarantini dalla sua casa di Recoleta. “Ho giocato nel Boca ed ero abituato a vederlo ogni domenica in campo. Non so come facesse, ma era sempre nel tunnel ad aspettare che uscissimo”. La crudeltà di essere rimasto senza braccia all'età di 12 anni non ha mai avuto la meglio su di lui e ha cercato di condurre una vita normale come qualsiasi altro ragazzo. “Ho imparato a guidare con le spalle così (fa un gesto sporgendosi in avanti), a usare i piedi, a muovermi in modo diverso; a vivere senza braccia”. Victor racconta che poco dopo l'incidente, tramite un parente in Italia, si è presentata la possibilità di sottoporsi a un intervento chirurgico per dotarlo di protesi alle braccia.

“Non hanno funzionato e devono essere in giro”, dice indicando un capannone fuori casa. “Dovete vedere come gioca a calcio, e a ping-pong!”. Le parole di Ricardo Alfieri su Víctor, che all'epoca erano sorprendentemente poco plausibili, perdono il loro effetto quando vediamo come si muove in casa, come si muove e come ci mostra tutto ciò che ha realizzato. Attualmente lavora vendendo biglietti nel quartiere, facendo allo stesso tempo lavori di idraulica e muratura. Dice che il quartiere è messo molto male, che non è più quello di una volta e che l'insicurezza ha finito per offuscare tutto. Lo dice tenendo in mano la fotografia che gli ha cambiato la vita, il ritratto di quei due secondi che Ricardo Alfieri ha immortalato per sempre e che ora fanno parte della sua memoria di vita. “Per Victor, con amore, la mia foto più bella del Mondiale del '78”, si legge nella dedica. Victor non può fare a meno di guardarla ancora e ancora. È felice.

LA FOTO

Tarantini ha sempre sostenuto di non sapere nulla, di averlo scoperto in seguito. Pato Fillol, uno dei migliori portieri della storia argentina, dice che all'epoca erano così concentrati sul torneo da non rendersi conto di ciò che il governo militare stava facendo a migliaia di persone. È difficile da capire senza aver vissuto quei giorni, ma quasi tutti concordano sulla stessa cosa: nessuno sapeva nulla. Nessuno poteva pensare che mentre l'Argentina vinceva il Mondiale, a soli 500 metri dal Monumental, all'ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) si torturavano delle persone. Nessuno. "Il Mondiale degli orrori", come molti giornali lo definirono in seguito, lasciò l'Argentina in finale dopo aver giocato un torneo un po' discontinuo, perdendo (0-1 contro l'Italia, ndr) una partita nella prima fase e costringendola a giocare il resto delle partite a Rosario. Là hanno battuto il Perù con sei gol di scarto per avanzare alla finale, in una partita in cui diversi giocatori peruviani hanno denunciato minacce di morte da parte della giunta militare. Il 25 giugno era una mattina nuvolosa su Buenos Aires. Faceva freddo e Victor prese la giacca di flanella marrone che lo accompagnava sempre e si diresse verso lo stadio. “Non ero mai stato a una partita di quel mondiale. Non ero andato a Rosario e speravo di entrare al Monumental, visto che conoscevo un uomo al cancello che mi faceva entrare. Mi sono messo di lato, in fondo, molto vicino alla panchina. È là che ho guardato la partita, accovacciato. Era un'atmosfera spettacolare”, ricorda.

Più di settantamila persone riempirono gli spalti quella sera. Il fervore popolare pervase tutto e mise a tacere il resto. La partita fu un susseguirsi di errori e successi che si concluse ai tempi supplementari dopo i gol di Kempes e Nanninga. Nei tempi supplementari, Kempes segna ancora e Bertoni chiude la partita con la squadra olandese presa in contropiede. È stato allora che Victor ha messo le cose in chiaro. “Volevo festeggiare e scendere in campo. Ho approfittato della confusione per saltare il fossato e superare la sicurezza. Ricordo che i cani abbaiavano, ma non si sentiva nulla, immaginate che all'Argentina mancavano quattro minuti per diventare campione del mondo. A un certo momento mi resi conto di essere sull'erba. Rimasi lì, vicino all'angolo della porta di Fillol, aspettando che l'arbitro fischiasse e pregando che nessuno mi vedesse e mi portasse via. Forse qualcuno mi ha visto e non ha voluto fare nulla, non lo so. Fatto sta che l'arbitro ha fischiato e io ho iniziato a correre, a festeggiare, senza sapere dove me ne stessi andando.

IL MOMENTO

Mentre il Paese si scatena, il portiere del River, Plate Fillol, si accovaccia a terra e ringrazia in lacrime la vita e il calcio per quel momento magico. Anni dopo dichiarerà che in quel momento ha visto Dio in persona. Prima di rialzarsi, Tarantini appare e le sue gambe si allentano prima di svanire sul manto erboso. “Ancora oggi non riesco a spiegarmi come fossi finito in quella zona del campo. Ero a bordo campo e ricordo di aver corso urlando e piangendo quando mi sono visto lì, davanti a Pato. I secondi trascorsi tra quell'abbraccio e l'arrivo di Victor sono ormai parte della storia, immortalati grazie alla Nikon manuale in bianco e nero di Ricardo Alfieri. Cinque scatti rapidi, istintivi, eterni, che mostrano due persone che si abbracciano mentre le braccia immaginarie di Victor volteggiano nell'aria, cercando di fondersi con esse. È come se la distanza tra loro fosse eterea, come se da un momento all'altro la diapositiva prendesse vita e le braccia fossero braccia di carne e sangue, non due pezzi di stoffa, come se la forza del momento potesse permettere a questo abbraccio di essere reale. L'indomani El Gráfico aprì la prima pagina con una foto di Passarella che ritirava la coppa dei campioni del mondo.

All'interno, una moltitudine di istantanee ricordava l'impresa del giorno precedente. Tutte mostrano l'azione di gioco, la corsa di Kempes dopo il gol, il lancio di Van del Kerkhof e l'atmosfera di un Monumental gremito. Solo due giorni dopo, dopo aver rivelato tutto il materiale, si sono resi conto di ciò che avevano trovato. “Ce ne siamo accorti subito perché ha attirato molta attenzione. Fu allora che venne fuori il genio di Osvaldo Ardizzone, un giornalista di El Gráfico, che la battezzò 'El abrazo del alma'”, ricorda Ricardo Alfieri Jr. Con il passare del tempo, la fotografia, che vinse il premio per la migliore foto della Coppa del Mondo del 1978 su 4.000 candidature, divenne sempre più famosa. “Stimiamo che la foto abbia vinto più di 80 premi internazionali”, ricorda Ricardo con l'orgoglio di chi ha vissuto quel momento. “Ora è tutto molto più facile. Mio padre andava a coprire i mondiali e la Copa América con trenta lastre, i vetri che servivano da negativi. E con queste poteva scattare solo tre foto per partita. Tre foto! Non c'era margine di errore. Come era solito dire, “in ogni scatto deve andare via un pezzo di anima”.

L'EREDITÀ

Ricardo Alfieri era un artista e il suo lavoro lo testimonia. Molte fotografie che oggi appartengono alla memoria collettiva portano la sua firma. Era un uomo carismatico, un grande bohémien che curava ogni dettaglio, come la sciarpa gialla che portava sempre legata al collo per cabala. Morì dieci giorni dopo la vittoria del Brasile al Mondiale di USA 1994 e al suo funerale parteciparono molte persone del mondo dello sport. Anche per Victor il viaggio non è stato facile. Ogni tanto qualcuno gli ricorda la sua storia, anche se nella sua testa l'immagine si ripete spesso. A più di 60 anni, ha capito da tempo quanto sia difficile tirare avanti in queste condizioni, ma questo non gli ha mai impedito di inseguire i suoi sogni. Gioca ancora a calcio con i suoi amici e si emoziona ogni volta che il Boca e la nazionale giocano, anche se allo stadio non va più.

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