El legado del genio



Johan Cruyff reinventó este deporte
Es imposible imaginar alguien más influyente en la historia del fútbol que Johan Cruyff


Santiago Segurola

Es casi imposible imaginar una figura más trascendente en el fútbol que Johan Cruyff, cuyo legado comienza en un país norteño, sin tradición futbolística, y se extiende 50 años después por todo el mundo, y principalmente en el Barça y sus alrededores, que no son otros que la Liga y la selección española. 


Su muerte priva al juego de una mente privilegiada y oblicua, transgresora y brillante, astuta y orgullosa. Se va mucho más que un hombre que hizo historia como jugador en los 70, antes de recorrer un ciclo casi idéntico como entrenador. Abandonó los banquillos en 1996, a los 49 años, una edad temprana, pero su huella era indisimulable, especialmente en el Barça, el equipo que aún hoy levanta con orgullo la bandera cruyffiana. Y con razón. Desde 1991, año de su primera Liga conquistada, el Barça ha ganado 13 campeonatos de Liga y cinco Copas de Europa.


Huérfano de padre, Cruyff se empapó de fútbol a través de su segundo padre, encargado de cuidar las instalaciones de De Meer, la vieja casa del Ajax. Su familia vivía junto al campo de aquel equipo de aficionados, sin ninguna relevancia en el fútbol europeo. Holanda, que había alumbrado algún excelente jugador, como Fass Wilkes, ídolo de Cruyff, tenía un papel anecdótico. No había disputado ningún Mundial y sus equipos no captaban ninguna atención. 


Con seis años, ayudaba a su padre a cortar el césped, pintar las líneas y limpiar los asientos de De Meer. Cualquiera que hablara con él percibía su amor por los valores esenciales del fútbol, por las pequeñas cosas que hacen de este juego algo incomparable. Cruyff respiraba fútbol por todos los poros, pero no lo procesaba de una manera corriente. 


Debutó en el Ajax con 17 años y su impacto fue inmediato. El pequeño Ajax de aquel tiempo se encontró con un iconoclasta, digno representante de un tiempo nuevo, para el fútbol y para la sociedad.


En pocas ciudades se vivieron los años 60 con tanta efervescencia como en Amsterdam, donde la explosión de libertad juvenil alcanzó cotas míticas. Aunque Cruyff era más rebelde que revolucionario, sus ideas futbolísticas se consagraron en el emergente Ajax que pasó de la condición de paria a ocupar la cima del fútbol mundial. Su éxito se atribuye a mucha gente: Rinus Michels, Stefen Kovacs, además de las aportaciones de algunos técnicos ingleses que pasaron por el club, como Keith Stupgeorn y Vic Buckingham. Pero la influencia de Cruyff resultó decisiva desde el principio. Era un jugador pensante, obsesionado por la táctica, como declaró a los veteranos periodistas Barend y Van Dorp en el magistral libro Ajax Barcelona Cruyff, el ABC de un obstinado maestro.












Un verdadero prodigio


Intuitivo y genial, Cruyff observaba lo que nadie era capaz de ver a su alrededor. Su influencia en las decisiones tácticas no era la normal en un jugador. Con 21 años era un agudo intérprete del fútbol y un consejero esencial de Rinus Michels. Luego había que verle jugar, un prodigio de agilidad y dinamismo. Pero sobre todo, un maestro en el arte del engaño. 


Aunque luego inspiró el metódico fútbol que caracterizó al Ajax y al Barça, Cruyff era hijo de la calle, un hombre astuto y creativo que solía encontrar las soluciones que los críos inventan en los callejones. Si algo le definía era su capacidad para hacer lo contrario de lo que parecía. Una de sus herramientas favoritas fue el freno. Cruyff era muy rápido, pero menos de lo que se suponía. Su éxito como velocista radicaba en el freno. Frenaba y arrancaba ante la desesperación de sus marcadores.


Ganó tres Copas de Europa con el Ajax y tres Balones de Oro. Sus éxitos fueron incontables, aunque ninguno merece mayor elogio que su destrucción del catenaccio como fórmula de gobierno en el fútbol. Los años 60, los del Inter de Helenio Herrera y Nereo Rocco en el Milan, terminan cuando surge el imparable Ajax de Cruyff. Perdió la final frente al Milan en 1969, pero ya estaba claro que el fútbol se dirigía hacia otro lado, hacia las antípodas.


El Ajax clausuró el pérfido catenaccio de los años 60 y atrapó incondicionales en toda Europa. No se había visto un equipo con tanto atrevimiento y soltura en décadas. En 1974, aquel estilo deslumbró en el Mundial, donde la selección holandesa alcanzó cotas insuperables. No ganó el torneo, pero en la memoria de la gente Holanda será la campeona eterna. Y Cruyff, la bandera de aquella maravilla.


Jugaba en el Barça cuando se disputó el Mundial. Fue el primer jugador por el que se pagaron 100 millones de pesetas. Llegó al equipo bien avanzada la temporada, con el Barça al borde de las posiciones de descenso. Su ingreso en la Liga fue arrollador. El Barça no volvió a perder un partido. Ganó el campeonato con una facilidad apabullante. El primer año de Cruyff fue igual o superior a cualquiera de sus mejores temporadas en el Ajax. Su descenso fue evidente en los siguientes años. Abandonó el club en 1978, se enroló en el naciente soccer estadounidense.
El gobernador


Nunca dejó de ejercer como entrenador en el campo, aunque sus galones le acercaban más al cargo de gobernador. Siempre le fascinó el poder, pero no el de los directivos. Sospechaba de ellos por naturaleza. Rara vez les consideró hombres del fútbol. Sus relaciones con las directivas del Ajax y del Barça no fueron fáciles. Después de unas excelentes temporadas como técnico del Ajax, donde descubrió a jugadorazos como Van Basten y Bergkamp, fichó por el Barça, que atravesaba un periodo de grave desconcierto después del célebre motín del Hesperia.














El presidente Josep Lluis Núñez le necesitaba para apagar el fuego. Cruyff tenía otros planes que el de ser bombero. Quería instalar en el Barça unas ideas que en aquellos días resultaban contraculturales, o extravagantes, según sus críticas. Su primer fichaje no fue un delantero goleador o la estrella de moda. Contrató a Koeman, un centrocampista pesadote, rígido, sin velocidad, pero con un toque sensacional. Ahí proclamó Cruyff sus principios.


Tardó dos años en convencer y uno más en ganar la Liga. Entre 1960 y 1991, el Barça sólo había logrado dos Ligas. En 1991 comenzaría la edad de oro del club azulgrana. En una época de rechazo a los extremos, el Barça los utilizaba a fondo. En la edad del doble pivote, Cruyff apostó por un chaval flaco que se convertiría en su manual en el campo. Se trataba de Pep Guardiola. Poco a poco organizó un equipo de leyenda, ajeno a las modas. Se le denominó Dream Team. Ganó cuatro Ligas consecutivas y la primera Copa de Europa del club.


Un día antes de un partido con el Valencia, que había obtenido cinco puntos de ventaja sobre el Barça, Cruyff comunicó la alineación. Era un momento crítico. "Eusebio jugará de lateral derecho, Koeman en el centro de la defensa y Witschge en el lateral izquierdo", dijo. Varios jugadores se llevaron las manos a la cabeza. El Barça ganó 3-0. Guardiola suele confesar que aquel día comprendió el ideario de Cruyff.


Cruyff abandonó el Barça en 1996, pero su legado impregnó al equipo y a la gente. No le faltaron detractores, en gran parte porque su figura rebasaba a todas las que le rodeaban, presidentes incluidos. El tiempo le transformó en el oráculo oficial del club, profesión que ejercía sin miedo y con sabiduría. Rijkaard reivindicó su legado con dos títulos de Liga y una Copa de Europa, pero nadie como Guardiola asumió la inmensa tarea que significaba trasladar el intuitivo universo cruyffiano a un cuerpo metodológico.


La influencia de Johan Cruyff alcanzó su grado más elevado en el periodo Guardiola, donde el cruyffismo alcanzó su apogeo, coronado por la selección en el Mundial de 2010. El legado de Cruyff se adivina 50 años después de su irrupción, interpretado por una excelente tropa de discípulos - Guardiola, Koeman, Eusebio, Laudrup...- y por la actual edición del Barca, cuya deuda con el genial holandés es inequívoca.

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