SHACKLETON, EL PRÍNCIPE PAYASO
vie oct 21 10:08
George Best, primer icono pop del fútbol, fue un Balón de Oro con tanto talento con la pelota como para la autodestrucción. Decía de sí mismo que, "de haber nacido feo, jamás habríais oido hablar de Pelé" y se pulió toda su fortuna "en alcohol, mujeres y coches caros" porque "el resto del dinero, simplemente, lo malgasté"; después le sucedió Robin Friday, un Pelé de los surburbios de Hammersmith, todavía anónimo para el gran público español, que fue el hombre que pudo reinar y que acabó demostrando que se volvía vulgar al bajarse del escenario; después apareció Paul Gascoigne, que según Best "no le llegaba a los cordones de la botella", quizá el último Dios del fútbol británico que acabó siendo víctima de sí mismo, para ingresar,por méritos propios, en el selecto club de genios y juguetes rotos. Todos tuvieron un precursor, Len Shackleton, un extravagante delantero de los años cuarenta y cincuenta. Apasionado hincha del Bradford City, Shakcleton sorprendió a amigos y familiares cuando decidió firmar por el Arsenal durante el verano de 1938. Jugó un par de partidos en la Liga del Sur y marcó un tanto, pero su aventura en Londres fue efímera. Dos años más tarde, en agosto de 1940, Lenny hacía realidad su sueño y firmaba su primer contrato como profesional, con 'su' Bradford. Fue allí cuando rompió en un delantero elegante, de gatillo fácil, con unos recursos técnicos adelantados a su época.
Len tenía talento por arrobas y el Newcastle United, que aspiraba a ascender a Primera División, tiró la casa por la ventana para conseguir su fichaje. Pagó 13.000 libras al contado - una cifra más que respetable por aquellos tiempos- y se hizo con sus servicios. Su debut fue involvidable. El Newcastle machacó al Newport County con una goleada escandalosa, 13-0. Shackleton perforó seis veces la portería contraria. Una marca impresionante que habría servido para inmortalizar a cualquier delantero, pero que acabó siendo sencundaria ante la plusmarca que el propio Shak establecería en ese partido. Ante el Newport, en sólo 155 segundos, Shackleton fue capaz de anotar un hat-trick. Tres tantos en menos de tres minutos. Cuando le preguntaron si había sido el partido de su vida, Lenny contestó así: "Buen partido, pero en estos momentos me siento indignado, me molesta es haberme enterado por los periódicos de que el Newcastle ha pagado por mí. Es muy poco dinero, yo valgo mucho más que 13.000 libras". La hinchada de St.James Park, atónita, comprendió que había fichado un delantero centro espectacular, pero también un showman de dudoso gusto. Los diarios británicos, al día siguiente, calificaron a Shackleton como "The Prince Clown", El Príncipe Payaso.
Joe Harvey, capitán del Newcastle, fue explícito con Shak: "El Newcastle nunca ganará nada con él en el equipo". Su profecía se cumplió, Shak nunca campeonó con el Newcastle United. Shackleton, enamorado de sí mismo pero peleado con la mayoría de sus compañeros, trufó su etapa en St. James Park de goles y polémicas. Un sábado firmaba cuatro goles de una tacada y al día siguiente, exigía hacer la alineación. Un fin de semana hacía una exhibición en el verde y horas después, chantajeaba a sus directivos pidiendo un aumento de sueldo, so pena de quedarse en casa y no acudir a los partidos del equipo. Excéntrico, genial y irremediablemente umbilical, Shak fue su peor enemigo. Puso su ego por delante del colectivo y a finales de los años cuarenta, el Newcastle perdió la paciencia. El capricho de Len de no asistir, junto a sus compañeros, a presenciar un partido de uno de sus rivales directos, fue el detonante de un divorcio sonado. St. James Park se hartó de sus formas y Shak fue traspasado por 20.000 libras esterlinas al Sunderland, entonces conocido en Las Islas como "El Banco de Inglaterra", por su fama de club manirroto y despilfarrador. El Príncipe Payaso hizo honor a su apodo en su estreno como jugador rojiblanco: "Espero que estén preparados para ver mi fútbol. No todos pueden decir eso".
Habían pasado los años de gloria en Roker Park y la directiva de los black cats pensó en Shakleton para revitalizar el club. Len hizo las delicias de Roker Park. Jugó en Sunderland durante 11 temporadas, anotó más de 100 goles y aunque tampoco ganó ningún título a nivel colectivo, regaló goles imposibles y anécdotas imborrables. La más legendaria, la que protagonizó ante el Arsenal, en un partido donde su equipo iba ganando por 2-1 y apenas quedaban cinco minutos para el final del partido. La pelota llegó a Shackleton, regateó a dos defensas con suma facilidad y, para sorpresa del personal, en vez de encarar al portero, plantó la pelota en el punto de penalti y colocó sus posaderas sobre la pelota. La estupefacción de rivales, compañeros de equipo y de aficionados fue mayúscula, pero fue todavía mayor cuando comenzó a gesticular con las manos, tocándose el pelo, imitando que se estaba peinando, mientras se miraba la muñeca, como si llevara un reloj. Era su pintoresco modo de pedirle la hora al árbitro. Esa misma temporada, cuenta la leyenda que un aficionado le lanzó un albaricoque desde la grada; Shak lo vio venir, paró la fruta con el pecho, la elevó con un movimiento de rodilla y se lo colocó en la boca. En otra ocasión, con el césped del Roker Park helado, agarró la pelota y se dirigió al banderín de córner. Allí, cercado por un par de contrarios, se dedicó a tirar paredes con el banderín. Nadie supo descifrar si era un menosprecio al contrario o si era un mensaje cifrado hacia sus compañeros.
Su indiscutible calidad le debió haber abierto las puertas de la selección, pero su carácter se las cerraba una y otra vez. Apenas disputó un puñado de partidos con Inglaterra. Los hinchas siempre pedían su presencia en las convocatorias de Inglaterra, pero los seleccionadores siempre castigaron su arrogancia. Shackleton era un magnífico jugador, pero era una moneda al aire, un riesgo innecesario para la disciplina del grupo. Igual hacía un partidazo que montaba una timba en el hotel. Igual reventaba la portería que chantajeaba a sus compañeros de equipo para sacarles más dinero. Cuentan que un seleccionador nacional inglés, al ser cuestionado sobre la ausencia del arrogante Shackleton, se justificó así: "No puede jugar con Inglaterra porque el partido es en Wembley, no en el Palladium de Londres". Malcolm Hartley, un periodista que escribió la historia del Bradford, definió el estilo futbolístico de Shackleton con precisión: "Aparte de sus controles de balón adhesivos y de su capacidad acrobática, Shack podría golpear la pelota con sus delgadas piernas como si fuera a romper la pelota, como si tuviera un mortero en las botas". El mítico Si Stanley Matthes, en su autobiografía, hizo un retrato más certero de Shackleton: "Fue impredecible, brillante, inconsistente, radical, extravagante y travieso; un tipo que poseyó todos los encantos y atributos propios de un genio del fútbol. Por que sin duda, Shackleton lo fue, fue un genio".
Ya retirado del fútbol, Lenny Shackleton recibió múltiples ofertas de diferentes editoriales para contar su peculiar historia y sus mejores anécdotas. Finalmente, Shak accedió a la demanda y decidió escribir sus memorias (por una ingente cantidad de dinero, por supuesto). Fue la primera estrella del futbol británico en publicar su autobiografía, que salió al mercado bajo el título: "Clown Prince of Soccer" (El Príncipe Payaso del Fútbol). El capítulo más polémico de su obra fue el que se titulaba "Conocimientos futbolísticos de los directivos". Shackleton, genio y figura hasta la sepultura, dejó la página en blanco.
Rubén Uría / Eurosport
George Best, primer icono pop del fútbol, fue un Balón de Oro con tanto talento con la pelota como para la autodestrucción. Decía de sí mismo que, "de haber nacido feo, jamás habríais oido hablar de Pelé" y se pulió toda su fortuna "en alcohol, mujeres y coches caros" porque "el resto del dinero, simplemente, lo malgasté"; después le sucedió Robin Friday, un Pelé de los surburbios de Hammersmith, todavía anónimo para el gran público español, que fue el hombre que pudo reinar y que acabó demostrando que se volvía vulgar al bajarse del escenario; después apareció Paul Gascoigne, que según Best "no le llegaba a los cordones de la botella", quizá el último Dios del fútbol británico que acabó siendo víctima de sí mismo, para ingresar,por méritos propios, en el selecto club de genios y juguetes rotos. Todos tuvieron un precursor, Len Shackleton, un extravagante delantero de los años cuarenta y cincuenta. Apasionado hincha del Bradford City, Shakcleton sorprendió a amigos y familiares cuando decidió firmar por el Arsenal durante el verano de 1938. Jugó un par de partidos en la Liga del Sur y marcó un tanto, pero su aventura en Londres fue efímera. Dos años más tarde, en agosto de 1940, Lenny hacía realidad su sueño y firmaba su primer contrato como profesional, con 'su' Bradford. Fue allí cuando rompió en un delantero elegante, de gatillo fácil, con unos recursos técnicos adelantados a su época.
Len tenía talento por arrobas y el Newcastle United, que aspiraba a ascender a Primera División, tiró la casa por la ventana para conseguir su fichaje. Pagó 13.000 libras al contado - una cifra más que respetable por aquellos tiempos- y se hizo con sus servicios. Su debut fue involvidable. El Newcastle machacó al Newport County con una goleada escandalosa, 13-0. Shackleton perforó seis veces la portería contraria. Una marca impresionante que habría servido para inmortalizar a cualquier delantero, pero que acabó siendo sencundaria ante la plusmarca que el propio Shak establecería en ese partido. Ante el Newport, en sólo 155 segundos, Shackleton fue capaz de anotar un hat-trick. Tres tantos en menos de tres minutos. Cuando le preguntaron si había sido el partido de su vida, Lenny contestó así: "Buen partido, pero en estos momentos me siento indignado, me molesta es haberme enterado por los periódicos de que el Newcastle ha pagado por mí. Es muy poco dinero, yo valgo mucho más que 13.000 libras". La hinchada de St.James Park, atónita, comprendió que había fichado un delantero centro espectacular, pero también un showman de dudoso gusto. Los diarios británicos, al día siguiente, calificaron a Shackleton como "The Prince Clown", El Príncipe Payaso.
Joe Harvey, capitán del Newcastle, fue explícito con Shak: "El Newcastle nunca ganará nada con él en el equipo". Su profecía se cumplió, Shak nunca campeonó con el Newcastle United. Shackleton, enamorado de sí mismo pero peleado con la mayoría de sus compañeros, trufó su etapa en St. James Park de goles y polémicas. Un sábado firmaba cuatro goles de una tacada y al día siguiente, exigía hacer la alineación. Un fin de semana hacía una exhibición en el verde y horas después, chantajeaba a sus directivos pidiendo un aumento de sueldo, so pena de quedarse en casa y no acudir a los partidos del equipo. Excéntrico, genial y irremediablemente umbilical, Shak fue su peor enemigo. Puso su ego por delante del colectivo y a finales de los años cuarenta, el Newcastle perdió la paciencia. El capricho de Len de no asistir, junto a sus compañeros, a presenciar un partido de uno de sus rivales directos, fue el detonante de un divorcio sonado. St. James Park se hartó de sus formas y Shak fue traspasado por 20.000 libras esterlinas al Sunderland, entonces conocido en Las Islas como "El Banco de Inglaterra", por su fama de club manirroto y despilfarrador. El Príncipe Payaso hizo honor a su apodo en su estreno como jugador rojiblanco: "Espero que estén preparados para ver mi fútbol. No todos pueden decir eso".
Habían pasado los años de gloria en Roker Park y la directiva de los black cats pensó en Shakleton para revitalizar el club. Len hizo las delicias de Roker Park. Jugó en Sunderland durante 11 temporadas, anotó más de 100 goles y aunque tampoco ganó ningún título a nivel colectivo, regaló goles imposibles y anécdotas imborrables. La más legendaria, la que protagonizó ante el Arsenal, en un partido donde su equipo iba ganando por 2-1 y apenas quedaban cinco minutos para el final del partido. La pelota llegó a Shackleton, regateó a dos defensas con suma facilidad y, para sorpresa del personal, en vez de encarar al portero, plantó la pelota en el punto de penalti y colocó sus posaderas sobre la pelota. La estupefacción de rivales, compañeros de equipo y de aficionados fue mayúscula, pero fue todavía mayor cuando comenzó a gesticular con las manos, tocándose el pelo, imitando que se estaba peinando, mientras se miraba la muñeca, como si llevara un reloj. Era su pintoresco modo de pedirle la hora al árbitro. Esa misma temporada, cuenta la leyenda que un aficionado le lanzó un albaricoque desde la grada; Shak lo vio venir, paró la fruta con el pecho, la elevó con un movimiento de rodilla y se lo colocó en la boca. En otra ocasión, con el césped del Roker Park helado, agarró la pelota y se dirigió al banderín de córner. Allí, cercado por un par de contrarios, se dedicó a tirar paredes con el banderín. Nadie supo descifrar si era un menosprecio al contrario o si era un mensaje cifrado hacia sus compañeros.
Su indiscutible calidad le debió haber abierto las puertas de la selección, pero su carácter se las cerraba una y otra vez. Apenas disputó un puñado de partidos con Inglaterra. Los hinchas siempre pedían su presencia en las convocatorias de Inglaterra, pero los seleccionadores siempre castigaron su arrogancia. Shackleton era un magnífico jugador, pero era una moneda al aire, un riesgo innecesario para la disciplina del grupo. Igual hacía un partidazo que montaba una timba en el hotel. Igual reventaba la portería que chantajeaba a sus compañeros de equipo para sacarles más dinero. Cuentan que un seleccionador nacional inglés, al ser cuestionado sobre la ausencia del arrogante Shackleton, se justificó así: "No puede jugar con Inglaterra porque el partido es en Wembley, no en el Palladium de Londres". Malcolm Hartley, un periodista que escribió la historia del Bradford, definió el estilo futbolístico de Shackleton con precisión: "Aparte de sus controles de balón adhesivos y de su capacidad acrobática, Shack podría golpear la pelota con sus delgadas piernas como si fuera a romper la pelota, como si tuviera un mortero en las botas". El mítico Si Stanley Matthes, en su autobiografía, hizo un retrato más certero de Shackleton: "Fue impredecible, brillante, inconsistente, radical, extravagante y travieso; un tipo que poseyó todos los encantos y atributos propios de un genio del fútbol. Por que sin duda, Shackleton lo fue, fue un genio".
Ya retirado del fútbol, Lenny Shackleton recibió múltiples ofertas de diferentes editoriales para contar su peculiar historia y sus mejores anécdotas. Finalmente, Shak accedió a la demanda y decidió escribir sus memorias (por una ingente cantidad de dinero, por supuesto). Fue la primera estrella del futbol británico en publicar su autobiografía, que salió al mercado bajo el título: "Clown Prince of Soccer" (El Príncipe Payaso del Fútbol). El capítulo más polémico de su obra fue el que se titulaba "Conocimientos futbolísticos de los directivos". Shackleton, genio y figura hasta la sepultura, dejó la página en blanco.
Rubén Uría / Eurosport
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