LUCHO HERRERA: EL JARDINERITO DE FUSAGASUGÁ



El ciclista que puso en lo más alto a los 'escarabajos' en el tour de Francia y el ciclismo mundial a punta de coraje

14 DE OCTUBRE DE 2009


Luis Alberto Herrera Herrera, el hijo de Esther y Rafael, el hermano de Álvaro, Natividad, Rafael y Orlando, nació en la finca Las Brisas, en la vereda de La Aguadita, cerca de Fusagasugá, el 4 de mayo de 1961. En su casa no se hablaba de sus travesuras; en los recuerdos de todos aparece un trabajador incansable e indomable, que en sus tiempos libres, luego de las clases en la Escuela Ricaurte, cuidaba los galpones y les daba agua y comida a las gallinas. Algunas veces pasaban las horas y no se sentía. Y a doña Esther le tocaba ir de árbol en árbol a ver en cuál se había subido a comer frutas, pero "Lucho" nunca recibió un castigo. Nunca.

En el colegio jugaba al fútbol, participaba en alguna que otra competencia de atletismo y hasta fue gimnasta, en una época en la que el ciclismo poco le llamaba la atención. Eran pobres y él empezó a mostrar interés por contar con su propio dinero. Trabajó tres meses en el Club El Bosque, en el que se engolosinó con la jardinería. No le gustaba mucho, pero lo que le pagaban le servía para ayudarles a sus padres. Cuando terminó su contrato montó un vivero y lo de las flores fue en serio.

Él mismo atendía a los clientes, estaba pendiente del cuidado de las plantas y repartía los pedidos. Pero por las noches llegaba agotado, con mucho dolor en los pies de tanto caminar. Su mamá se compadeció y le compró una bicicleta, pero no se acuerda del color. Por las mañanas estudiaba y por las tardes repartía flores, siempre sobre la bicicleta "panadera" que, si acaso, tenía un piñón de 21 dientes, con el cual superaba los duros ascensos del alto de San Miguel.

Tres meses después de contar con su primera máquina, en Fusagasugá organizaron una carrera. Luis se inscribió, pero su resultado fue malo. "No me acuerdo de qué llegué", afirma. Regresó a su casa, se acostó y se puso una meta: ganar una carrera, pero su idea no era volverse profesional; era, más bien, superar el reto: le había quedado la espina de la derrota. Se inscribió en el Clásico Nacional de Turismeros, una carrera que se realiza todos los años en Cundinamarca y en la que participan los aficionados al ciclismo que tienen metido en el fondo de su cabeza el deseo de ser profesionales.

Rápidamente cambió los libros por las salidas tempranas con Ramón Castillo, su gran amigo y coequipero, con el que solía subir por San Miguel, bajar por el alto de Rosas hasta el Boquerón y luego ascender a Fusa por el alto de Canecas. Su figura flaca y desgarbada (pesaba 56 kilos) comenzó a ser el ícono de Fusagasugá.

En 1979 tomó parte en la Vuelta de la Juventud. Y empezó a sufrir. No se adaptó a los hoteles, a las comidas, al sol, a las caídas y al duro ritmo de la competencia. Pero no se dejó vencer. Se irguió como figura en la Vuelta de la Juventud, el Clásico RCN, la Vuelta a Colombia y las otras carreras del calendario nacional. Y de ahí saltó a Europa.

-¿Cómo fue su primer viaje?

Lucho se queda pensando, mira hacia arriba y dice: "¡Carajo!, ¿cómo es que una cosa (un avión) de esas puede unir a dos continentes?". En esos días pagó una primiparada que pocos conocen: en una zona de alimentación se entretuvo con un pedazo de panela y "en ese instante se me metió una avispa, me picó la lengua y me hizo botar la caja. Llegué al hotel asustado, me mandaron al odontólogo y volví a las cinco de la mañana con una nueva dentadura".

En un Guillermo Tell (Suiza) fue a atender las recomendaciones de su director técnico, se quedó y cuando reanudó la marcha se encontró con la barra horizontal que impedía el paso por el cruce del tren. Esperó a que la máquina pasara. Pensó que sus rivales lo estaban esperando, pero una vez que el tren cruzó, miró al frente y no vio ciclistas ni bicicletas.

Fue el primer colombiano en ganar una etapa del Tour de Francia: Alpe d'Huez, en 1984. Mientras el mundo estaba pendiente de la rivalidad dentro y fuera de la carretera con el francés Laurent Fignon. La sombra del francés Fignon siempre lo ha perseguido y siempre le ha ganado con kilómetros de ventaja. El colombiano nunca les prestó atención a los improperios de Fignon, que hoy libra una dura lucha contra el cáncer; siempre le respondía sobre la bicicleta, con ataques mortales y definitivos. La última gran etapa que libraron fue hace unos dos meses, cuando Fignon aseguró en su biografía que Herrera había comprado el título de la Vuelta a España. "¿Por qué viene a decir eso 22 años después? Si hubiéramos tenido mucho dinero habríamos comprado títulos en el Tour o en el Giro".

Por sus actuaciones en el Tour de 1985, Europa lo reconoció como el mejor escalador del mundo: ganó dos etapas y recibió uno de los regalos más extraños: un toro. Tuvo que esperar dos años hasta que el animal por fin llegó a su finca en Fusagasugá. Corría en Europa y el toro tuvo que estar encerrado dos meses en una bodega del aeropuerto Eldorado de Bogotá. Fue su animalito consentido. Buquest --el toro- murió en 1993 por una virosis.

Lucho no era el "capo" del equipo en la Vuelta a España de 1987, pero la carretera lo llevó a pelear por el triunfo, el que logró a punta de sudor, ganas y una extraordinaria unión de todos los ciclistas colombianos que tomaron parte en la ronda ibérica. Lucho da la apariencia de ser un hombre tranquilo, pero de dientes para afuera. En el lote se transformaba y se convertía en un capataz: era el técnico en la carretera. "¿Tranquilo, callado? ¡Nooooo! Al contrario, en esa Vuelta conocimos a otro Lucho: gritón, regañón", recuerda Henry Cárdenas, el mejor coequipero en la carrera del fusagasugueño. "Los nervios lo traicionaban. Hasta nos enfrentábamos con él. Daba mucha lora".

Herrera pertenece al grupo selecto de los que han ganado los premios de montaña en el Tour de Francia, Vuelta a España y Giro de Italia. "Colgó la bicicleta" en 1992, en una Clásica Colprensa, en la que Colombia agradeció sus gestas y las de su legendario compañero: Fabio Parra, tercero en el Tour de Francia de 1988. Lucho se dedicó a su finca y olvidó la bicicleta. No tiene nostalgia. En su casa, en Fusa, no tiene ningún trofeo. Las medallas y los mejores momentos reflejados en oro, plata y bronce están en una habitación de la finca Las Brisas, donde todavía viven sus padres.

Allí, el 4 de marzo de 2000, Lucho fue abordado por siete hombres encapuchados. Lo subieron a una camioneta y se lo llevaron. No lloró, tampoco se puso nervioso; asumió el trance. Durante la caminata de seis horas, uno de sus captores no lo dejaba tranquilo. Lo obligaba a que le contara intimidades de sus hazañas. "Hermano, es que nunca me perdí una etapa suya", le dijo. Llegaron a una casa y ahí tuvo que seguir hablando. Reunidos en un cuarto a media luz, Lucho les contó cómo ganó la Vuelta a España y sus victorias en el Tour.

De pronto le dijeron: "Bueno, se va". Y lo dejaron abandonado cerca de Tocaima (Cundinamarca). Llamó a su hermano, Rafael, y volvió a la finca 24 horas después de su rapto. Sus hijos, Valentina, Luis Alberto y Juan Felipe son su vida. Con 20 kilos por encima de su peso cuando corría, Lucho se siente orgulloso de que la gente lo reconozca, le pida un autógrafo y se tome una foto con él. "El mejor triunfo de mi vida es que 16 años después de mi retiro la gente todavía me recuerda".

En la variante de Fusagasugá, en la vereda de Novilleros, hay un monumento en su honor. Es una escultura de bronce, de unos siete metros de alto. Tiene los brazos levantados y porta la camiseta de las pepas rojas del campeón de los premios de montaña. Es fría, sin fuerza, sin ganas y hasta sin alma, como él, el campeón que todos queremos.

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