El Trinche Carlovich, la leyenda viviente de Central Córdoba
Domingo 28 de Diciembre de 2014
Si las leyendas son historias
imprecisas de personajes, hechos naturales o sobrenaturales que se
transmiten de boca en boca, Tomás Felipe Carlovich, el "Trinche", es una
leyenda.
Si las leyendas son historias
imprecisas de personajes, hechos naturales o sobrenaturales que se
transmiten de boca en boca, Tomás Felipe Carlovich, el "Trinche", es una
leyenda. De este ex 5, zurdo y mito de Central Córdoba hay pocas fotos y
casi ningún video que dé cuenta de su maestría en la cancha. Pero dicen
que en el amistoso ante 35 mil personas que se jugó en 1974 en Rosario,
entre la selección que viajaría al Mundial de Alemania y jugadores de
Ñuls y Central, la descosió. A tal punto que pidieron que lo saquen de
la cancha para evitar el papelón nacional. Dicen que Fernando Redondo
jugó como él. Que el Trinche gambeteaba a los rivales, los esperaba y
los volvía a pasar con caños tan sutiles como magistrales. Y algunos
hacen de esto un chiste: dicen que sus infalibles caños de ida y vuelta
los heredó de su papá, un yugoslavo que se ganaba la vida instalando
tuberías. Dicen además que era indisciplinado y que en más de una
oportunidad se fue a pescar en lugar de ir a entrenar. Que tenía
devoción por la pelota, pero no aspiraba a ser profesional; que no le
gustaba marcar y que sólo trotaba. Dicen que por culpa de la noche no se
convirtió en uno de los más grandes del fútbol argentino. Y dicen
también que cuando Diego Maradona vino a jugar a Newell's y un
periodista lo presentó como el "mejor", el 10 aclaró: "El mejor jugador
ya jugó en Rosario y es un tal Carlovich".
Sin embargo, todo eso parece sólo la leyenda de un
hombre, de 65 años, padre de dos hijos, alto y grueso, que usa el pelo
largo, canoso, y suelto como cuando jugaba, allá por los 70, con la
camiseta afuera y sin canilleras. Renquea por una operación de cadera
que no impide moverse a todos lados en bicicleta, vive en la modesta
casa de barrio Belgrano donde nació, y no le sobra el trabajo: se las
rebusca todos los días repartiendo pan en una chata.
Su cotidianidad es corriente, aunque sueña como buen
protagonista de leyenda. "¿Un sueño? Jugar 50 minutos, no más, es la
cancha de Central Córdoba llena y después partir a cualquier lado", dice
Carlovich como si entonara un tango. Y cuando se le pregunta qué
jugador querría tener en el equipo de su sueño agrega: "Al mejor: a
Maradona. Me gustaría mucho conocerlo".
El Trinche (nunca supo por qué un vecino lo bautizó
así) es el más chico de siete hermanos: cuatro varones y tres mujeres.
Dos, Eduardo y Juan, aún viven con él. También ellos le dedicaron parte
de su vida a la redonda, y "eran buenos", según dice el menor de la
familia. Todos aprendieron en los potreros de esa zona oeste de la
ciudad. "Esto cuando éramos chicos era todo campo, a veces jugábamos en
patas porque no había ni para zapatillas, nos gustaban los torneos a las
cabezas con pelotas de goma", cuenta.
Jugó sólo dos partidos oficiales en primera y nunca,
en el exterior, aunque lo tentaron desde el Cosmos neoyorkino y desde
Francia. Dicen que a la primera propuesta la trabó el mismísimo Pelé,
figura indiscutible por entonces del equipo norteamericano.
Lo cierto es que debutó en Central en 1969, pero como
no lo consideraron una promesa, se fue. Pasó por Flandria, jugó en
Colón, en la localidad de Bigand, en Independiente de Rivadavia y
Deportivo Maipú, ambos de Mendoza, pero siempre volvió a Central
Córdoba, donde tiene arraigada el alma.
"Me enoja que esté tan mal el club: hace treinta años
que digo que los dirigentes deberían declarar su patrimonio antes de
hacerse cargo de Central Córdoba y dar cuenta de todo al terminar la
gestión", desliza enojado.
En Mendoza lo adoraron, lo llamaron Gitano y Rey, y
lo quisieron retener de todas las maneras posibles. "Una vez comenté que
quería ponerme un negocito, una pilchería y ellos entendieron pizzería.
Me quería volver".
Y sí, dicen que como extrañaba Rosario intentó huir
varias veces. Aunque sobre todo lo que dicen sobre él, sonríe, niega el
ochenta por ciento de las versiones, y cuenta una anécdota.
"Mirá dicen que tenía todo tipo de vicios, pero no
conozco lo que es un boliche, ni bailar sé: soy de madera. Dicen que no
me entrenaba: no hubiera jugado hasta casi los 40 años si hubiera sido
así. ¿Qué me gustaban las mujeres? Y... sí, las pelotas son como ellas,
hay que tratarlas bien. Dicen tantas cosas. Siempre que me encuentro con
alguien asegura que me vio jugar ese partido con la selección, parece
que todo el mundo me vio ese día", relata de espaldas a una foto pequeña
y descolorida colgada demasiado alto, en una pared del comedor de su
casa. Allí se lo ve junto al equipo que venció 3 a 1 a la selección ese
famoso día. Adelante agachados y entre otros, el Mono Obberti, Mario
Zanabria, Carlos Aimar y Mario Kempes, arriba el Colorado Killer junto a
él, el más alto de todos.
Y para refutar aún más los comentarios que a boca de
jarro recaen sobre él, recuerda una anécdota. "Una vez tomé un taxi acá
en mi casa hacia el Gabino Sosa. Y el taxista mientras me llevaba me
dijo: "¿Sabe a quién conozco yo de ahí? Al Trinche Carlovich. Y me habló
todo el camino de mí. Lo dejé y cuando me bajé, le dije: "Por favor
cuando lo vea al Trinche mándele mis saludos".
Dejó la carrera en 1986 y confiesa que desde ahí
hasta hoy se mantuvo solitario aunque tiene muchos amigos. Y que hizo de
todo. Mirar fútbol y boxeo por televisión, escuchar a Los Redondos, y
ver de vez en cuando a algún jugador infantil para recomendar.
"Hace poco llevé un par a Mendoza: con dos partidos
me basta para saber que tal juegan: observo cómo cómo se paran, cómo
corren y cómo patean y me es suficiente", confiesa ante de seguir
enumerando las variadas maneras en que se ganó la vida después de
brillar con el fútbol.
"Destapé pozos ciegos, revestí paredes, armé pianos.
¿Trabajar no es un deshonra, no?", pregunta sin desafiar, la leyenda
Carlovich.
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