Legado eterno. En qué lugar de la historia del fútbol argentino se instala la magia de Gatti


Reunión cumbre entre tres próceres del arco argentino: 
el Pato Fillol, Hugo Gatti y don Amadeo Carrizo

“Amadeo no fue el mejor, el mejor fui yo”, dijo alguna vez el Loco, carismático y arriesgado, que transformó el arco con su estilo

21 Apr 2025 - LA NACION
Ariel Ruya

El Loco Gatti arrojaba sobre la mesa conceptos futboleros, habitualmente pícaros, contraculturales, adelantados a la época, propios de su historial. Era un especialista en una mesa de debates en Madrid, un programa de TV habitualmente sostenido a los gritos. Jamás inocente, atajó con las dos manos y en el aire, la pregunta por el mejor arquero de la historia del fútbol argentino.

“Amadeo no fue el mejor, el mejor fui yo. Pero en la historia del fútbol argentino será Amadeo Carrizo porque yo no gané un Mundial. A Di Stéfano le pasó lo mismo. Fui un portero que jugaba de líbero y de vez en cuando usaba las manos”, sostenía, orgulloso. La leyenda que en los últimos días se paseaba como un vecino más de Belgrano, el que aplaudían los rivales (¡qué épocas aquellas!), deja un legado extraordinario. No habrá ninguno igual: con su partida, esa idea representa, seguramente, el mayor dolor.

Pudo haber sido el arquero del campeón del mundo de la Argentina ‘78. El Flaco Menotti tenía una lista: el Loco primero, Chocolate Baley, segundo, Ricado La Volpe, tercero y el Pato Fillol, cuarto. Así se construyó el prólogo de la pretemporada de enero de 1978 en la Villa Marista, de Mar del Plata. Unos días después, misteriosamente, Gatti renunció a la selección aduciendo problemas en una rodilla. Baley había tomado la posta un año antes.

Fillol empezó el año del Mundial detrás de todos, pero atajó en seis de los siete amistosos previos al Mundial; solamente le marcaron cuatro goles. Contra Hungría, en el debut, para el Pato apenas se trató de su octavo partido en la selección. Según los especialistas futboleros en el arte de las manos, Ubaldo Matildo representa lo mejor de nuestra historia. Prácticamente, no tiene discusión. Más allá de la selección, más allá de los títulos, de Racing, de River, se trata del ideal del arquero: lo tenía todo.

En esa mesa se sientan, además, Amadeo Carrizo, un señor arquero, al que le decían Tarzán por su agilidad, el primero en la historia en usar guantes, que impuso un estilo revolucionario y lejos del arco, símbolo de River y del seleccionado. Y, desde ya, sigue escribiendo una mágica historia, que aún no tiene techo, el Dibu Martínez, el ídolo de los jóvenes y que amenaza con quedarse con el cariño de todos el día que Lionel Messi ensaye el adiós a las canchas. Campeón del mundo, campeón de América por partida doble y considerado el mejor de las dos últimas temporadas, el marplatense cambió la historia al aterrizar en Aston Villa. Lionel Scaloni lo hizo posible.

¿En qué lugar de la historia vuelan las piruetas del Loco para nuestro medio? Exactamente, detrás de ellos. El genio que inmortalizó La de Dios (”una de las típicas en mi estilo, el delantero llega y yo afirmo las rodillas en el piso, con los brazos sueltos y las palmas de las manos hacia adelante; casi siempre terminan tirándome la pelota al cuerpo, es infalible...”), siempre bronceado y con una sonrisa, está allí, en el cuadro.

Vistió las camisetas de los dos clubes más grandes: empezó su carrera en River (entre 1962 y 1968, disputó apenas 77 partidos) y se convirtió en ídolo de Boca, donde jugó de 1976 a 1988 y acumuló más 380 encuentros. En el gigante xeneize, Gatti alcanzó la gloria al lograr tres campeonatos locales, dos Copas Libertadores y una Copa Intercontinental.

A nivel internacional, fue uno de los arqueros de la selección argentina en la Copa del Mundo de 1966 y formó parte del proceso rumbo al Mundial de 1978, aunque renunció antes del torneo. Atajó en 18 partidos con el equipo nacional. Su legado se acrecienta al ser el jugador con más partidos disputados en la primera división (757) y mantiene el récord de más penales atajados (26, al igual que el Pato Fillol).

Carisma, estilo, adelantado a la época. ¿Cómo encasillarlo? No tiene sentido. El debate, en todo caso, es quiénes y cuántos lo acompañan o siguen sus pasos detrás de su grandeza. El fútbol argentino tiene una tesis de arqueros (que nacieron en nuestro país) que transformaron la historia. Ídolos, símbolos, grandes campeones. Y hasta protagonistas que, sin ser una maravilla, quedaron enmarcados en el corazón. La lista es tan grande como injusta. Seguro que falta alguno.

Américo Tesoriere era ídolo nacional. Gran ganador de los años 20, entre Boca y la selección. Otro que fue figura popular (por sus condiciones era muy bueno, y además, cantante de tango) fue Julio Elías Musimessi (Newell’s, Boca, seleccionado). El arquero cantor, lo apodaban.

Chiquito Romero es el arquero con más presencias en la historia de la selección, con 96 partidos; entre ellos, en 47 logró la valla invicta. Dos Mundiales, 2010 y 2014 y estuvo a punto de serlo en 2018, si no fuera por una lesión. Agustín Mario Cejas fue campeón de todo con Racing, en el El equipo de José, Antonio Roma (Tarzán, el Tano), fue un símbolo de Boca y la selección. Pepé Santoro, genio y figura, marcó una era dorada de largos años en Independiente.

¡Cuántos fuera de serie! Nery Pumpido fue el arquero campeón de todo de River en 1986... y campeón del mundo en México. ¿Cuántos pueden decir lo mismo? Franco Armani está instalado en las vitrinas millonarias, ganador de todo, uno de los héroes de Madrid... y figura en la nómina de Qatar. ¿Sergio Goycochea puede estar afuera? Los penales de Italia ‘90, con esa melodía que endulza los oídos, bicampeón de América con el equipo de galera que conducía el Coco Basile en 1991 y 1993.

Pato Abbondanzieri, emblema de Boca y de una fotografía de selección. Luis Islas, emblema de Independiente y de una fotografía de selección. Y más allá en la historia, un mundo. Otro apartado: Rogelio Domínguez (Racing, Real Madrid, River), Carlos Buticce, Batman para todos (San Lorenzo y tantos equipos), Miguel Angel Rugilo, El León de Wembley, Carlos Barisio, el héroe anónimo que mantuvo un récord de 1075 minutos, es decir 11 partidos y 65 minutos, el Mono Irusta (héroe de San Lorenzo), el Flaco Poletti (el arco de títulos y hazañas de un contracultural Estudiantes).

Esta historia, que mezcla nostalgia y futuro, se debe al Loco. Gatti, alguna vez, fue “lo más grande del fútbol nacional”.

***

La cálida despedida de Fillol, el rival de una vida

Pablo Lisotto

“Nos dejó un verdadero grande”, escribió el Pato en X

“Hasta siempre, querido Hugo. Hoy nos dejó un verdadero grande del arco argentino y sudamericano. Siempre en mi corazón y en el de toda la familia Fillol. Mucha fuerza a sus hijos, Lucas y Federico, y al resto de sus familiares. Eterno abrazo de palo a palo, amigo y colega”.

Las muy sentidas palabras con las que Ubaldo Fillol despidió a través de las redes sociales a Hugo Orlando Gatti, que falleció este domingo a los 80 años, exponen el inmenso cariño que se tenían, más allá de la rivalidad que los separó deportivamente en los 70’s y 80’s por defender los arcos de Boca y de River, y por competir por ser el guardavalla titular en la selección argentina en la previa del Mundial ‘78.

Pero nunca hubo nada que los distancie de verdad. Porque por más que uno se haya vestido de todos los colores posibles y el otro haya mantenido la sobriedad. Por más que uno haya sido el arquero que llenó de gloria a la selección y el otro el showman que se reinventó a los 40. Por más que uno haya sido emblema de River y el otro leyenda de Boca, hay algo que une más allá de cualquier camiseta, de cualquier clásico, de cualquier época: el respeto. Y, con los años, ese respeto se volvió amistad.

“Tuve más duelos con Gatti que con los delanteros. La pica era demostrar día a día quién era el mejor”, recordó Fillol en 2020 en relación a su rivalidad con Gatti, durante una entrevista con TNT Sports. Gatti, fiel a su estilo, siempre fue más efusivo y polémico. En 2019, durante una emisión del programa El Chiringuito, resumió: “La única diferencia entre Fillol y yo fue que yo jugaba al fútbol y él atajaba. Yo fui mejor sin lugar a dudas, pero bajo los palos él fue imbatible”.

Los dos se disputaron el título de mejor arquero del país, y probablemente del continente. Gatti, con sus 765 partidos en Primera División —récord absoluto en el fútbol argentino—, atajaba con los pies antes que nadie, salía del área como si fuera un líbero y jugaba con el pelo suelto, una vincha, el pecho inflado y la sonrisa de quien disfruta cada segundo. Fillol, más ortodoxo, más sobrio, era la seguridad hecha persona: reflejos felinos, manos firmes y una obsesión por la perfección técnica.

Las estadísticas dicen que ambos comparten el récord de más penales atajados en el fútbol argentino: 26 cada uno. Con el tiempo, la rivalidad mutó en una especie de hermandad futbolera. Como si el paso de los años limara asperezas y dejara al descubierto lo esencial: dos tipos que amaron el arco con locura. Que marcaron una era. Cada uno con un estilo propio y bien definido. 

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