La traición de Milei al doctor Bilardo


El libertario atacó visceralmente a los dirigentes de Juntos por el Cambio
A los radicales los trató de “basuras”
Selló un pacto con Luis Barrionuevo, un símbolo perfecto de la “casta”
La cruzada contra el papa Francisco alineó a la Iglesia Católica en su contra
No pudo contener su alergia al disenso con permanentes acusaciones sin nombres ni pruebas al periodismo

Martín Rodríguez Yebra
LA NACION - 24 Oct 2023

Carlos Bilardo obligaba a sus jugadores a practicar los festejos de gol. Trazaba una coreografia, con rolesy posiciones que debía ejecutarse para evitar una distracción que el rival pudiera aprovechar.

Es mítico su relato de cómo vivió a pie de campo en el Estadio Azteca el gol del siglo de Maradona a los ingleses: “No lo grité. Yo miré para atrás para ver cómo estábamos parados”. La filosofía subyacente en las obsesiones a veces caricaturescas del doctor Bilardo es de un profundo sentido práctico: hay que ser consciente de las limitaciones propias y de que el fracaso espera agazapado a quien se extravía en la euforia de los triunfos pasajeros.

La campaña electoral de Javier Milei desde su triunfo en las PASO representó una verdadera traición al “bilardismo”, del que el candidato libertario se declara devoto. La explosión que provocó en agosto pareció convencerlo de que la onda expansiva era indetenible.

Se arrojó a disfrutar del porvenir sin ordenar a su equipo ni mensurar las capacidades del adversario. Confundió la ventaja que les sacó a los partidos del sistema con la destrucción misma de todas las lógicas intrínsecas de la política.

Con todos los focos apuntados hacia él, se dedicó a construir minuciosamente un techo de hierro. Hizo una colección de enemigos con sus apariciones públicas y con los ejercicios de libre pensamiento de sus referentes en las materias más diversas.

Dio una vuelta olímpica de dos meses, mientras en la cancha seguía jugando un impiadoso profesional de la política como Sergio Massa, rodeado de la maquinaria del peronismo y munida de todos los recursos que un Estado, por quebrado que esté, es capaz de ofrecer. La sucesión de osadías y signos de amateurismo parece interminable:

● Desde el día de las primarias ata● có visceralmente a los dirigentes de Juntos por el Cambio, con la única excepción de Mauricio Macri. A Patricia Bullrich quiso demolerla al retratarla como una “montonera tirabombas”. A los radicales los trató de “basuras”. Como si no hubiera un mañana donde tuviera que pedirles que lo acompañen con el voto. Massa capturó una importante porción de los apoyos que acompañaron a Horacio Rodríguez Larreta en provincias gobernadas por la UCR. ¿Cuántos de ellos lo hicieron con la nariz tapada para evitar la amenazante victoria de un verdugo?

● Se arriesgó a desmentir los pre juicios de su carencia de estructura para gobernar y selló un pacto con Luis Barrionuevo. Difícil encontrar un símbolo más perfecto de eso que él llama “la casta”. Entregó coherencia a cambio de un expertise en las oscuridades de la política electoral. El viejo zorro gastronómico se borró a última hora o usó sus picardías en contra de su nuevo aliado. Lo cierto es que los miles de fiscales que prometió brillaron por su ausencia.


● Introdujo en el debate presidencial la violencia de los años 70, con un desafío al consenso democrático sobre el terrorismo de Estado. Habló de “excesos” de la dictadura, como si no hubiera existido un plan sistemático para asesinar y desaparecer a quienes la junta militar consideraba enemigos. ¿Por qué se metió en ese jardín? “A él le suma mostrarse auténtico, que no oculta sus pensamientos aunque suenen disruptivos para el statu quo”, explicaba a principios de mes uno de los miembros selectos de La Libertad Avanza.

● Con la misma lógica se lanzó a negar el cambio climático, una agenda muy arraigada entre los jóvenes, donde cosecha la gran mayoría de sus votos.

● La cruzada contra el papa Francisco alineó a la Iglesia Católica en su contra. Intentó contener el conflicto, pero terminó la campaña arrastrado otra vez al barro por el economista que presenta como su héroe, Alberto Benegas Lynch (h.). En el acto de cierre propuso sin consultarlo con nadie romper relaciones con el Vaticano. “¿Cómo pudimos permitir que se lance a hablar sin ningún filtro?”, se preguntaban antes del domingo en el búnker libertario.

● Se esmeró por mostrar su admiración por el judaísmo y su alineamiento con el Estado de Israel. Pero no pudo impedir que su ministro de Educación in pectore, Martín Krause, se metiera en una polémica desafortunada al decir: “Imagínense si la Gestapo hubiera sido argentina, ¿no hubiera sido mucho mejor? En vez de matar 6 millones de judíos, seguramente eran muchos menos porque hubiera habido coimas, ineficiencias de todo tipo, se hubieran quedado dormidos. Pero eran alemanes”.

● Su asesora de imagen personal y ahora diputada electa Lilia Lemoine aportó su balde de arena al espanto de votantes ajenos con su propuesta de permitir a los hombres que renuncien a la paternidad de sus hijos. Flaco favor le hizo al plan de revertir la desproporción de género que exhibe el voto libertario.

● Mientras Massa alimentaba el miedo al “ajuste salvaje”, Milei se paseaba sonriente con una motosierra de utilería por el conurbano, reino de los subsidiados. Se permitió decir que cuanto más alto estuviera el dólar sería mejor para él y su dolarización. Y opinó como si fuera el consultor económico de otras épocas que quien tuviera un depósito a plazo fijo en pesos haría bien en no renovarlo. La corrida posterior le permitió al ministro de Economía ocultar su propia responsabilidad. ¿Y no fue también un toque de atención para el votante independiente el daño que podría causar una dolarización desordenada?

● No pudo contener su alergia al disenso con permanentes acusaciones sin nombres ni pruebas al periodismo y a dirigentes de partidos que ahora necesita seducir. La indignación hacia ellos convivió con una ligera indiferencia a los excesos del kirchnerismo. Y al mismo tiempo alentó la guerra de guerrillas en redes sociales, con foco principal en los simpatizantes de Juntos por el Cambio. Los “viejos meados”, en la jerga libertaria.

● El acto de cierre de campaña de la semana pasada fue la traición definitiva al doctor Bilardo. Empezó con una sucesión de imágenes de explosiones atómicas y edificios que se derrumban y terminó con el vaticinio del propio Milei de que iba a ganar en primera vuelta. A esas alturas sabía que era inalcanzable. Pero se arrojó igual a mostrar la vara con la que debía juzgarse su desempeño del domingo.

Finalmente las urnas lo mostraron estancado en el 30%, con una cosecha casi idéntica, pueblo por pueblo, que en agosto. Sumó unos 600.000 votos, mientras hubo casi 4 millones de electores nuevos.

Bilardo se agarraría la cabeza. Un festejo desordenado del gol de las PASO le permitió el empate (o algo más) a su adversario más eficiente. El propio Milei suele responder con ironía resultadista a quienes le cuestionan sus métodos: “¿Sabés cuál es la diferencia entre un loco y un genio?: el éxito”. El partido sigue y a él le queda un mes para probar en qué lado de esa frontera quedará parado. ß


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