El otro Escobar

http://diario.latercera.com/2013/12/15/01/contenido/la-tercera-el-semanal/34-153352-9-el-otro-escobar.shtml
 
El hermano mayor de Pablo Escobar, Roberto, estaba preso y casi ciego cuando hace justo 20 años se enteró de la muerte del capo colombiano. Participó en el Cartel de Medellín, le enviaron una carta-bomba a la cárcel, asesinaron a uno de sus hijos, pero “El Osito” exhibe hoy con orgullo la casa-museo donde permanecen los recuerdos del narcotraficante más célebre de Colombia.
por Patricio de la Paz



Exagera. Roberto, el hermano mayor del capo colombiano Pablo Escobar Gaviria, siempre exagera.

Eso ya lo había advertido antes el guía Juan Manuel Uribe, quien se encarga del tour que muestra los lugares emblemáticos del narcotraficante en Medellín. Y tiene razón. Apenas entramos a la casa-museo que el propio Roberto Escobar Gaviria ha montado en lo alto de un cerro de la capital paisa, él mismo nos recibe con un saludo bien cargado a la hipérbole:

-Así que es chileno… mire usted, aquí al tour vienen muchos chilenos, entre 12 y 14 por semana.

El hermano mayor de Pablo se despacha esta frase sin inmutarse, en ese tono cantadito de los paisas que, por la pronunciación marcada de las zetas, más que colombiano parece español. Roberto lanza su frase recargada sin que se le mueva un solo pelo. Ni tampoco un músculo en la cara. Aunque esto último no es su culpa.

Hace 20 años, mientras cumplía condena en la cárcel por haber participado en el Cartel de Medellín, recibió una carta-bomba enviada por los enemigos de Pablo: le explotó cerca del rostro y lo hizo perder el ojo derecho, el 90% de la visión del izquierdo y una buena parte de la audición. Pero Roberto no se echó a morir, se recuperó hasta donde médicamente fue posible y hoy, con la libertad recuperada hace una década, le sobra energía. Hace tres años armó este tour por Medellín, inspirado en Pablo, del cual él es indudablemente la mejor parte, y ahora -con pasos veloces y decididos, que sorprenden en alguien que ve tan poco- nos pide que lo sigamos para recorrer esta casa dedicada al miembro más célebre de la familia.

Mientras lo seguimos, el guía en voz baja hace una nueva advertencia: “Ya verá cómo Roberto defiende a Pablo… En Medellín muchos pensamos que Pablo no fue un héroe, sino un asesino, un bandido. Pero la historia que le contará Roberto, que siempre exagera, es otra”.

De paso por Chile

Roberto de Jesús Escobar Gaviria nació el 13 de enero de 1947, en Río Negro, al sureste de Medellín. Fue el primogénito del agricultor Abel Escobar y la profesora rural Hermilda Gaviria, quienes continuarían teniendo hijos casi todos los años, hasta completar un total de siete. Pablo Emilio sería el tercero.

La familia vivía en el campo. Muy justos de dinero. A los niños, el colegio les quedaba a varios kilómetros. “Eran cuatro horas caminando -recuerda Roberto-, pero después mi mamá me compró una bicicleta, en la cual me tocaba llevar a Pablo. Al año siguiente le compraron una bicicleta a él y nos íbamos juntos”. En 1961, todos se trasladaron a Medellín, a una casa entregada por el Estado en la zona popular llamada Envigado. Roberto asistía al colegio y trabajaba: primero, como ayudante en la fabricación de remedios en Droguerías Aliadas, y luego, en la empresa de electrónica Mora Hermanos, donde lo apoyaron para estudiar en la Academia de Ciencias Electrónicas de Medellín: como tesis de grado construyó un televisor de 32 pulgadas. Mientras, su hermano Pablo comenzaba a desbandarse: con su primo Gustavo Gaviria robaba lápidas en cementerios para revenderlas y muy pronto caería en la cárcel, se familiarizaría con las drogas y empezaría a armar las bases de su imperio narco.

Pero no era la electrónica lo que más apasionaba a Roberto, sino el ciclismo. Fue varias veces campeón nacional y panamericano, y cuando se cansó de pedalear, se convirtió en entrenador de la selección colombiana. “Incluso fui a unos Panamericanos de ciclismo a Chile el 65 o 68. Recuerdo que me robaron la bicicleta en el hotel, pero que un periódico chileno me regaló otra”.

De sus días en ese deporte heredó el apodo que carga hasta hoy: “El Osito”. Cuenta Roberto: “Me lo puso un locutor de televisión en una de mis primeras carreras. Un carro me tiró al barro, que me tapó la camiseta y la cara. Cuando crucé la meta, nadie me conoció. Y el locutor dijo: ‘Acaba de ganar un ciclista que parece un osito’”.

A principios de los 70, “El Osito” ya estaba radicado en Manizales. No le iba mal. Había levantado una fábrica de bicicletas con su nombre, tenía una finca de 450 hectáreas, un haras de caballos fina sangre -su gran pasión- y una cadena de moteles. Mantenía una relación fraternal con Pablo, quien le patrocinaba competencias de ciclismo. Nadie sabe con certeza si Roberto conocía entonces los negocios en que estaba metido su hermano. Pero a mediados de la década siguiente, las cosas cambiaron. El Cartel de Medellín, en el cual Pablo Escobar sistematizó el uso de la violencia y perfeccionó el tráfico de la cocaína, asesinó en 1984 al ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla. El gobierno impuso más mano dura contra la organización y la familia del capo. En su casa-museo, “Osito” dirá que frente a esos hostigamientos él tuvo que ponerse a salvo. Dejar Manizales y partir a Medellín. Y meterse al grupo liderado por su hermano, donde sería su hombre de confianza.

Cable a tierra

En la casa-museo, Roberto Escobar exhibe los recuerdos de su hermano como si fueran propios. No puede disimular algo parecido al orgullo. Muestra los autos del capo, los escritorios con fondos falsos, donde guardaban millones de dólares -a “Osito” le encanta hablar de dine-ro-, el comedor donde su hermano hizo su última cena de cumpleaños, justo la noche anterior a que lo mataran -aunque Roberto insista en que “él se suicidó”-, o los rincones donde él y Pablo se escondían en esta vivienda, donde estuvieron juntos y clandestinos.

En la terraza, “Osito” se sienta. Se sirve un café y aprovecha de echarse gotas en los ojos. Tres por lado. Le pregunto si realmente piensa que su hermano no fue un criminal.

-Mire, acepto que hubo violencia -dice-, pero mucha de esa violencia no fue generada por Pablo, sino por otro cartel y algunos organismos del Estado con complicidad de los gobiernos colombianos de esa época.

-Para usted, ¿su hermano es inocente?

-No. Nadie en el mundo es inocente. Todos tenemos algún pecado.

-¿Y usted no le decía nada?

-No, porque él era el que manejaba sus cosas y en eso yo no me metía…

-Pero en los afiches de la policía usted figura como su segundo…

-Cuando me sacaron ahí, ofreciendo recompensa por mí, yo no tenía ni una orden de captura, nada. Pero como era famoso, porque había corrido en bicicleta, fui entrenador y me conocían más que a mi hermano en esa época, me perseguían…

“Osito” reconoce que entró al Cartel de Medellín para protegerse. “Yo no tenía nada que ver en el negocio del narcotráfico. Pero cuando empezaron a buscarme para asesinarme, me tocó meterme. El gobierno fue a mi casa en Manizales, un policía le pegó una patada a mi hijo de cinco años, mi señora fue encarcelada… No éramos narcotraficantes, pero nos persiguieron como si lo fuéramos. Después de eso, me metí al narcotráfico y por eso pagué”.

Sobre el rol de Roberto Escobar en la organización de su hermano se ha dicho de todo. Que era el encargado de la logística, que manejaba las inversiones, que fue el jefe de los sicarios. Alonso Salazar, autor del libro La parábola de Pablo, en el cual se inspiró la exitosa serie de TV El patrón del mal, duda de eso: “No creo que haya tenido un cargo, él estaba ahí porque era el hermano del Patrón. La mano derecha de Pablo era Gustavo Gaviria, y luego fue teniendo distintos jefes militares. Pero ‘El Osito’ nunca lo fue. Era más bien su hombre de confianza. ‘Osito’ era más juicioso que Pablo, más centrado, tenía la cabeza más fría. Nunca fue un guerrero”.

Algo similar sostiene el periodista colombiano Alejandro Aguirre, quien ha escrito sobre el clan. “Roberto era el cable a tierra de Pablo. Le ponía cordura, lo contenía. Jamás participó en enfrentamientos ni atentados, no sabía ni disparar. ‘Osito’ era más bien una compañía. Los narcos desconfían de todo, entonces ese rol del ‘Osito’ era importante para Pablo. Además, le facilitaba las cosas, le daba información, le conseguía las mujeres para las fiestas”.

Diferente y feliz

Roberto se casó dos veces -la última vez con una reina de belleza de la costa colombiana- y tuvo cinco hijos. El segundo de ellos, José Roberto, fue asesinado hace 11 años en un gimnasio, en Medellín. Le dieron cinco tiros en la cabeza. “Fue una muerte muy violenta, relacionada con los enemigos de Pablo Escobar y todo eso”, señala Alonso Salazar. Hoy, “Osito” está separado y vive solo en su casa-museo. Es la única propiedad que mantiene luego de que el gobierno incautara casi todos los bienes ligados a la familia Escobar. Dice que sale poco de allí.

Pasó buena parte de la década de los 90 preso. En junio de 1991 se entregó a la policía, junto a su hermano Pablo y otros miembros del Cartel de Medellín. Estuvieron un año detenidos en La Catedral -una cárcel llena de lujos que el propio capo había mandado a construir- y se fugaron juntos. Pero Roberto duró poco así. En octubre de 1992 decidió entregarse nuevamente, con la autorización de Pablo, quien pensaba que ambos estarían más seguros si estaban separados. “‘El Osito’ se vio envuelto por las circunstancias. Mientras el cartel estuvo en la cúspide y Pablo era imbatible, él se sentía cómodo. Pero cuando le tocó empezar a correr, ese ya no era su programa”, dice Salazar. Roberto entró a la Cárcel de Alta Seguridad de Itaguí, bajo cargos de lavado de activos y narcotráfico. La carta-bomba que casi lo mata, en 1993, implicó que buena parte de su condena la pasara en la pieza de una clínica, con gendarmes fijos en su puerta. Preso y casi ciego, se enteró de la muerte de Pablo en diciembre de ese año, abatido a balazos por la policía sobre los techos de Medellín.

“Ahora hago cosas diferentes y soy mucho más feliz”, reflexiona Roberto, al final de la visita, con una foto gigante de su famoso hermano detrás de él. Duda un instante y entonces se lanza: “En este momento estoy trabajando para una fundación de las personas infectadas con sida… tengo una noticia grande sobre eso…”. Y medio en clave, da a entender que lo que se trae entre manos es su propia vacuna contra la enfermedad.

El guía, que también lo escucha, no puede evitar una mueca. Un gesto sutil para indicar lo que ya nos había advertido: que Roberto Escobar Gaviria es un hombre que exagera.

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